¡Gracias a Dios!, hasta que llegó el fin de semana, cuan largos y pesados se me hicieron estos días, pero ahora sí voy a hacer lo que se me pegue en gana, levantarme lo más tarde que pueda y pasármela de flojo todo el día, ya tengo todo bien planeado y la alacena armada con una buena dotación de comida chatarra, acompañada de un six de cervezas y un par de películas piratas que me compré la semana pasada en el Mercado, parece que eso es todo, tengo la sensación de que algo falta, pero no me acuerdo.
El sonido del teléfono me hizo recordar cuál era la parte que me faltaba por hacer, desconectarlo para que nadie me moleste.
Todavía no es tarde, no lo voy a contestar para que crean que no estoy en casa, bueno al menos voy a checar en el detector de llamadas para saber quién es.
¡Oh oh! es el número de mi mamá, ¿qué querrá?, más vale que le conteste, porque con lo preocupona que es, es capaz de mortificarse y venir a checar personalmente, espero no arrepentirme.
¡Ya sabía! no podía ser todo tan perfecto, quiere que la acompañe al centro a comprar sus provisiones, ya que para ella es muy cansado cargar las bolsas, ni modo ya será para otra ocasión que realice mis planes.
Recorriendo con mi mamá la calle primera o mejor conocida como la famosa calle Coahuila de mi bella ciudad, vamos con dirección al mercado y para que no se de cuenta mi madre…observo curioso con el rabillo del ojo a nuestras sufribles mujeres que se dedican a la prostitución; me han sorprendido pues yo imaginaba que solamente trabajaban de noche, pero parece que es también como en las maquiladoras, ya que cuentan con diferentes turnos.
Como no estaba de humor para soportar el tradicional ritual de la discusión de precios en la compra de verduras, le comento a mi madre que si puedo esperarla en la entrada del Mercado y así aprovechar para reparar mis botas que ya imploraban por unas tapas nuevas.
Le señalé a un pintoresco personaje que se encontraba en la banqueta de la esquina con una caja de madera que tenía pintado grotescamente “se repara calzado”, sugiriéndole que ahí la esperaría en lo que realizaba sus compras.
Al acercarme, muy servicial me ofreció un banquito, en lo que con una sonrisa de oreja a oreja y mostrando una amarilla dentadura me promete que los va a dejar como nuevos.
Y con un profesionalismo que únicamente se adquiere en la escuela de la calle, agarra un puñado de tachuelas y se las hecha en la boca para proceder a la reparación del calzado.
No sabía quién trabajaba más rápido, si él ó su boca, porque a pesar de estar lleno de tachuelas no paraba de hablar contándome de su vida, que como todo el mundo, él en su tierra de Michoacán era una persona muy famosa pero por envidias tuvo que huir, en ocasiones se interrumpía para gritar, “!que no le digan, que no le cuenten y menos que se la mienten, pásele, pásele, aquí se las ponemos y se la clavamos”.
De repente cuando observo que una muchacha de buen ver pasaba por donde estábamos nosotros, esperó a que se encontrara lo más cerca y en voz baja pero lo suficiente fuerte para que sólo ella escuchara le dice “¿te la mamo mamacita?”, la muchacha ni caso le hizo y siguió su caminar muy ofendida.
Yo le comenté que tuviera cuidado, que no debería hacer eso, porque le podría salir alguna muy respondona y le podría ir muy mal.
Con cinismo me contesta: ¡mh! ya me han tocado, el otro día una de ellas no se aguantó y sorpresivamente se regresó a darme una buena bofetada que hizo que me tragara el puño de tachuelas que tenía en la boca, y como sentía que se me atoraron en el cogote, no sabía qué hacer, mis vecinas sugirieron que me comprara un pollo y pan para que al comer hicieran resbalar las tachuelas al estómago, y que luego salieran cuando hiciera del baño.
¡Viejas locas!, ¿con qué dinero voy a comprarme el pollo?.
Riéndome le pregunto, ¿y entonces qué hizo? , contestándome que se fue a la cantina más cercana y con unos pulquitos se solucionó el problema.
Tuvo suerte de que no se le perforara el estómago, le digo y curioso le cuestiono si cuando hizo del baño se le salieron las tachuelas.
Molesto responde: ¡¿cómo diablos voy a saber?, no me voy a poner a checar la mierda cada vez que hago!.
Tratando de suavizar la conversación le pregunto que si algunas le han hecho caso, y cambiándole el semblante me afirma que muchas.
Yo le sugiero que se cuide porque alguna le podría salir maricón.
A lo que increíblemente me contesto: ¡Ah! también maricones me he echado.
A esos le cobro por el favor de que paguen el hotel (con televisión y cable), me compren un pollo rostizado, una botella de tequila y después de que les hago el servicio se van y yo me quedo disfrutando cable toda la noche comiendo pollo y un buen tequila.
Pero no creas, ya dejé de hacerlo, porque un día al terminar con uno de ellos yo estaba esperando para que se fuera, pero en lugar de eso que saca un picahielos y me dice, “bueno ahora te toca a ti”.
Me había tocado uno de los que les gusta además de recibir, también dar, no mostrando miedo le dije que estaba de acuerdo, que nomás me dejara tomar otro trag o para darme valor y en cuanto agarré la botella que se la sorrajo en la cabeza y que me salgo a la calle todo encuerado.
Así es que ya me quite los maricones de mi dieta.
Al escuchar esta pintoresca filosofía no me queda más que sonreír y pagarle por el servicio, para pasar a retirarme a ayudar a mi madre que ya me gritaba en la entrada del Mercado……..
El Coleccionista
1 comentario:
Jajajaja, muy ilustrativo, en alguna ocasion he escuchado historias de esas, lo peor es que de un familiar...me lleva el carajo, hahahaha....
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