enero 16, 2017

El Diablito

Inicio mi disertación sobre el diablo con la siguiente anécdota: "Recostada en la cama de la habitación en la que crecí (la cual no tenía ventanas), dormía con la luz del pasillo encendida debido a mis miedos infantiles, entonces pude vislumbrar cómo un hombre muy apuesto, de piel granate y caminar garboso, era cubierto por una capa de humo mientras yo lo veía con tranquilidad; después me dijo con tono sereno: -Si no te portas bien te vas a ir al infierno-, siguió su camino y cerré los ojos".
A lo largo de la vida he pensado sobre este evento y mi única conclusión es que si el diablo existe, es muy guapo.

El Diablo, Satanás, Belcebú, Mefistófeles, Demonio, Coco, cada una de las manifestaciones que los humanos hemos creado para justificar que no viene de nosotros ese mal, que no está en nuestra condición humana la venganza, el castigo, la muerte, el deseo de sentirnos como ese otro que también es inventado, nuestro propio pequeño dios ante la inminencia de la muerte. 

Nos sentimos horrorizados al despertar una mañana cualquiera porque recordamos el saco de huesos y carne que somos, la finitud a la que pertenecemos, orgánicos al fin, y nos da escozor pensar que somos tan carne, tan sangre.

"Si existe Dios, existe el Diablo", dicen los que no saben. No existe Dios porque si existiera, no tendría por qué tener forma humana, ni género, y los humanos evolucionamos de un modo muy extraño, cosa que no fue decisión de un Dios, sino nuestra o tal vez ni fue decisión y así fuimos siempre. Los "evolucionados" de la "razón", una razón fallida, el mal conciente. 

Dios no existe, no existe. Estamos solos, somos una anomalía universal, y lo más raro es que nos sabemos anomalía pero vamos por la vida queriendo intentar ser normales; nos normamos, queremos normar a los demás, para no aceptar nuestra condición humana. Le tememos a vernos desnudos de letras, de planes de vida, de restaurantes con cubiertos, de rutinas que nos vendan los ojos para no morir del susto al entender lo que somos.

Significamos a un diablo y a un dios como una dualidad porque nuestras estructuras cerebrales así lo clasifican y entienden de manera más simple, pero las leyes del pensamiento no se pueden quebrantar. No hay una razón suficiente que los justifique; no obstante los humanos vamos por la vida dudando de lo que es evidente y nos brinda más seguridad la idea de la "fe" que aquello que se puede comprobar.

Por tanto, la idea del diablo, ha sido un referente para el avance o estancamiento de la humanidad. Determinó sobremanera desde los albores del cristianismo y lo que sucedería en la época medieval, así como miles de decisiones absurdas, misántropas, pero sobre todo misóginas, al relacionar a la mujer y su conocimiento de herbolaria con poderes mágicos demoniacos. No queda fuera la temprana quema de Alejandría y jamás sabremos cuál habría sido el rumbo humano de no haber sufrido esa gran pérdida.

En la literatura ha sido referente básico, y las fuerzas del mal que representa Satanás aparecen una y otra vez en los anales de la historia.

Y parafraseando a mi amiga flamenca-mágica-punk Sol-Ho, la representatividad que tiene este ente curioso, le ha puesto límites al humano y lo ha llevado a extremos que han marcado senderos. Dos simples ideas: Dios, Satán, han sido determinantes para pensar, andar, decidir, construir, destruir, hacer cotidianidad, pero sobre todo y la idea más intensa es que si creemos en un diablo, es muy probable que creamos en un dios, un dios proveniente de un cristianismo que nos invita a tener fe en que al final de la vida hay un cielo y un infierno, y con base en una moral de esclavos, según Nietzsche, no nos permitimos decidir con valentía qué vida queremos vivir, construyendo nuestros propios valores, sin miedo, sin deberle nada a nadie porque nada más somos un insignificante accidente, y no un milagro divino.

Pero ¿qué pasó cuando el humano se colocó como centro del universo? y "mató a Dios"..., el desnudo humano se quedó solo, creyendo que con la razón podría darle curso al progreso, y ya sin demonios, culpas o infiernos, cambió su fe por ese nuevo ídolo que se convirtió en el nuevo demonio, el humano mismo, encarnando un mal que ya no tenía receptáculo, y libres de Dios o Satán, henos aquí, en el vacío existencial y la falta de certezas.

Concluyo que el diablo es importante y que lo seguirá siendo el tiempo que le resta a la humanidad.

Agradecimientos especiales a César, por invitarme a pensar.