agosto 21, 2023

La mejor decisión

Aquella tarde sucedió, los mecanismos internos del reloj de arena de los tiempos daba la vuelta para hacer la pausa que cambiaría el rumbo de la historia humana. 

Barrabás le había contado a Judas que Jesús era un rebelde, un insurrecto que estaba preparando de manera clandestina un suicidio que daría lugar a reinados que durarían milenios, a tesoros que guardarían las Abadías en nombre de dioses ajenos a Baco o a Júpiter, también le contó que él acababa de tener un bebé y que estaba queriendo aprender un oficio para dejar de robar. 

Judas vendió a Jesús por 30 monedas de plata, y a Barrabás por 3, señal que Poncio Pilatos tomó como medida para la gravedad de cada fechoría, por lo que pensó lógicamente y decidió desamarrar a Jesús de esa cruz. 

En ese instante se escuchó un grito de júbilo, la tarde negra y húmeda se abrió como en señal de que era lo correcto, la gente lloraba intuitivamente porque en esa acción diez siglos de descendientes sobrevivirían.

Barrabás fue condenado como un insulso ladrón, y Jesús vivió su vida tranquila, a lado de María Magdalena, pusieron una panadería y pasó a la historia como el mejor hacedor de Conchas.

Frente a esa decisión, el reloj de arena pausado y un milenio de gritos de bruja cesó en una paz absoluta y reinante. 

El bien triunfó.

Olvidada en Marte

¡Oh, el azul del planeta azul!

¡Cuánto extraño tus tardes amarillas de domingo, que despedían el aroma suave que emana de la ropa que mi madre planchaba, y que pausaba toda la prisa, y que encapsulaba el invierno en una taza de atole con galletas María.

La sensación de ser piel, y sentir el abrazo de otro como yo, de mi especie, que sabe del sinsentido que le da sentido a la libertad de ser. 

El ruido de la guitarra que ensordece y que da luz a epifanías ruidosas. 

Dormir, soñar, descansar de ser humano y probar el néctar que nos espera de la dulce nada, paraíso de los incrédulos, como yo. 

Su olor, olor a bosque otoñal con aceites ambarinos.




Adicción

Armandina era adicta al drama, quería aderezar cada momento para que su vida no fuera inútil y vacía.

Su ávida mente había engullido a Sófocles, Esquilo y Eurípides, y en algún punto, dentro de su espíritu atribulado y catártico, se creía la heroína de una tragedia griega. Cuando caminaba por la alameda iba a paso lento, con su puño entreabierto esparcía lavandas de otoño sobre el sendero; luego daba vueltas, como danzando un vals decimonónico. Después, al bajar las escalinatas de los museos, colocaba su mano en la barandilla e iba paso a paso, escuchando los aplausos de gente inexistente, cual reina en un baile de salón.

También, aunque contaba con electricidad, se colocaba en el balcón de su casa con su candil y miraba la luna, le profería maldiciones por condenarla a esa vida sin salida, lloraba a todo pulmón porque la añoranza se había colado entre sus venas como extrañando siglos viejos. 

Pasaba sus tardes en los verdes camposantos, le llevaba flores a muertos de nadie y hablaba con ellos, les contaba lo insulso de estos tiempos para que durmieran su siesta eterna sin melancolía. 

Armandina, oh, pobre Armandina, de haber nacido en el medioevo, a la luz de las velas, a la sombra de la luna, habría sido todo lo que necesitaba.


agosto 11, 2023

Aquella boca

En aquella boca se encontraba una selva fresca, llena de cascadas que hacían puente y se colaban en mi entraña. 

En aquella boca carnosa que se antojaba morder y perderse en ella, y me perdía. 

En aquellos labios había caminos sin retorno hacia mí misma y la sensación de ser piel, carne, sangre que corre en maremotos.

Mensajes para mí

Miri, anda, tú puedes, no postergues, entiende que eres más que un cuerpo, recuerda todo lo que has imaginado y ese poder inconmensurable de buscar la belleza. No claudiques, en esta y en todas las vidas por venir, la magia acontecerá.

Miri, puedes dormir todo lo que quieras, y te hundirás lentamente en el hoyo profundo de la procrastinación, ese que te lleva a bloquearte, a sentirte nula por no lograr el día a día. ¡Anda, duerme, piérdete de esta vida, insulsillo ser de la noche!

Lucho Gatica

¡Qué ganas de estar escuchando a Lucho Gatica en 1946 en un bar de malísima muerte donde sirven aceitunas para acompañar mi trago!

Y tener el corazón roto, y traer un vestidaxo de lentejuela, guantes, perfume escandaloso Chanel, y vea el amanecer para irme a mi casa que es un cuartucho de vecindad.

¿Por qué? No sé, solo tuve ganas.

Así se hace: disfrutar la música.

Antes de la pandemia no conocía el sentimiento de vomitar pedacitos de mi alma. Quería expresarme cantando, y mi almita descansaba de sus tribulaciones y mortificaciones; pero cuando, durante el encierro, conocí qué es acompañar con música a mi canto, entendí cuál era mi sanación.
 
No le sé mucho a la guitarra; no obstante, lo que he aprendido me corresponde, me salva.

¡Oh fortuna que se atraviesa en mi camino en forma de ruido!

Algo por decir: café-tierra

 ¿No les da la impresión de que el café es tierra y que se están haciendo un té de tierra?, entonces ¿a veces no se les antoja comer tierra?

A mí a veces.
Añado, en ocasiones quisiera poner la tierra de las macetas en un topper, así, fresca, rebosante, y añadirle unas gotas de vinagre, también sal, y mycrodin, y ahora sí hacerme unos tacos.

Cancelado

Los mocos, la popó humana en forma de nieve, que la vida se tenga que acabar, el hígado encebollado, los tacos de tripa, “el chemo”, las cortaditas con hojas de papel, el merthiolate, las arañas en cualquier presentación, la humillación, la palabra “tepalcates”, la palabra “patas”, el rábano, el reggaetón simple, el gis y pizarrón verde, el holocausto, la quema de brujas, el color rojo, la religión (cualquiera), que mi padre se haya muerto así, que Maxito se haya quitado la vida, la gente que secuestra, la basura en el mar, los pederastas, la educación de princesas, el pozole, el menudo, el dedo chiquito del pie y los muebles afilados, o los dedos de los pies porque me recuerda que vengo del chango (que nuestros pies fueran como los de los patos), los directivos, los presidentes.








Cicatriz

Siempre he sido muy niña, toda la vida imaginando, buscando los resquicios rosas de los oscuros mundos. Era tan niña que crecí lento, y en el ocaso de esa niñez, un suceso le hizo una cicatriz a mi niña interior: mi padre murió. 

Con él yo jugaba, aprendía literatura, hablaba de las melomanías del rock & roll, apostaba en el conquián, iba a la playa, y nuestros espíritus eran muy gemelos. Se murió y con él se quedó una cicatriz que, extrañamente, de ella emanan supuraciones coloridas. He podido comprobar que si la música me ha salvado, ha sido porque en lontananza, se sigue escuchando ese escándalo musical que mi padre mantenía en mi hogar, y también de esa herida a flor de piel todavía, siguen emanando letras que me comunican con mi padre, en los sueños, en mundos paralelos. 

Todavía de esa cicatriz brota su abrazo y de vez en cuando recurro a él para rescatar a esa niña que a veces quiere morir.

Mi alma es una cajita que...

Mi alma es una cajita que guarda ilusiones antiguas, como encontrar a alguien que me mire a los ojos y sepa en ese instante quién soy. 

En mi alma hay tlacoyos de frijoles, tacos de huitlacoche, agua de cebada bien fría, también de sandía pero con hielos, en mi alma está mi madre y su carcajada bonita, está la playa de noche con un seven eleven en la esquina, está una galaxia muy colorida. En mi alma hay muchas bolitas de imaginación, que al reventarlas, huelen bonito y lanzan rayos de colores con brillitos. 

En mi alma también hay celos y oscuridades, celos porque jamás seré Nefertiti, ni veré de cerca la luna, tampoco sabré qué se siente estar enterrada en la visitada tumba de Tutankamón, ni sabré qué es ser la diosa Coyolxhauqui, ni conoceré jamás lo que hay en los cajones de las abuelitas, ni sus recetas sabrosas de pozole o mole. No sabré los colores del primer día del mundo, ni cómo se siente respirar aquel amanecer, tampoco podré ver la hecatombe. Ni sabré qué se siente tener antenitas como las señoras cucarachas.

Por lo pronto agradezco lo que hay en mi alma-cajita. 

Soy la bacteria de una estrella

Soy la bacteria de una estrella que el viento se llevó y que viajó entre galaxias, depositada en flores de otros mundos, soy la metamorfosis de un ser que sabe de la muerte, y no llora porque se le va la poca agua que guarda, y porque sabe que nacer, morir, transformarse, es parte de la metamorfosis, sabe que estar viva es ver, respirar, moverse, oler, morir, nacer. 

Bacteria que se sabe número, que se sabe arjé y apeiron, que se sabe fuego, viento, agua, tierra, porque en su pequeñez, es parte de la sustancia eterna.  

agosto 03, 2023

Soliloquio en el Everest

Respiro, el canto de los pájaros en un eco distante, me acompaña. Estoy sola, la gélida voz de la tarde me susurra al oído. A cada paso mis pies honran el camino de los muertos. Cierro los ojos, mi alma descansa en este saco de huesos y sangre que soy. Abro los ojos, mi cuerpo descansa en ese abismo insondable que soy. 

En una complicidad cósmica el incendio de la vía láctea me acaricia quedito. 

Pienso en el recorrido, en las horas de esfuerzo en que caía, y en las horas de triunfo en que me sentía tan pequeña.

Respiro, respiro, respiro, y el aire es agua en mis pulmones, entonces soy un pez, soy una estrella de mar, soy la brisa que acompaña la alegre mañana de domingo, soy el canto del viento, soy mortal y he llegado.


Existencialismo de tarde

Soy un ave que vuela sin rumbo,
que contra el viento planea en las noches,
soy un ave perdida entre el cielo
y el inframundo.

No comprendo el racimo de ayeres,
que sutil se ha posado en mi pecho,
son veinte años que ahora son polvo,
un retrato amarillo, un suspiro.

Lunas menguantes, lunas crecientes,
que en mi rostro arrugado se sienten,
soy arena en abandono,
ola que eclosiona y muere.

Soy fantasma que pisó la tierra,
fuego fatuo en camposanto,
eco de risa de nadie,
grito sordo de bruja olvidada.

La locura acontece,
el suspiro no alcanza,
y la soledad gana,

Soy sombra de cementerios 
carcomidos 
por tumbas de otros siglos,
siglos sin nombre,
eco perdido del polvo que fui.

Su cuerpo

Su cuerpo emite un calor radioactivo,
sus piernas se deslizan en los parajes de mis muslos,
sus brazos de incendio derriten el escudo de mi piel,
su voz de guerrero de otro siglo
susurra pasiones al oído,
y su piel,
¡oh, su piel!,
de olor a canela quemada
y a noche de pinos,
que me envuelve como manto colorido.

Su boca de mañana de rocío,
es un río revuelto entre mis labios,
su perfil de vikingo en carabela,
que contemplo llorando,
su cabello de legionario imperial
noche de bosque entre mis manos.



Lo importante

Nada es para siempre, lo importante es amar, atreverte a sondear en los confines del espíritu, sin miedo a caer, porque ya te has caído otras veces, ¡y qué tiene!, ¿o no te has podido levantar?, ¡anda!, !no le tengas miedo a la vida y sumérgete en el abrazo, en el beso que besa los ojos, en la mano que toca la entraña, en la confianza que te permite mirar al abismo, en la palabra que rompe los límites y se atreve a pronuciarse en el amor.

Después de la muerte

Si después de la muerte mi letargo se desvanece y la memoria de mi vida aún perdura, volvería a aquella tarde de 2001, en la que mi padre con un cáncer terminal me preguntó si quería jugar baraja con él, y le diría mil veces que sí, beberíamos ponche de café y sería una larga noche de risas y apuestas tontas para ver quién es el mejor. Entonces, aquella noche rebozaría en mis recuerdos como una flor de nomeolvides, tan azul como él era. 

Despedirme

Es muy mía la muerte.

Desde hace años estoy consciente de mi finitud y procuro vivir despidiéndome. Tan es mía la muerte que todos mis últimos cumpleaños han sido divertidos velorios en los que bailo, canto, como y honro la sangre que todavía corre por mis venas.

Nacer para morir.
Morir para vivir.
Vivir para nacer.

Combatiendo clichés: "Las estrellas de tus ojos me deslumbran"

No sé qué pantanos de selvas aún no mancilladas por la mano humana sedienta de oro y elíxires infinitos, se asoman cuando me miras. Y, al verte, me hundo como en un vórtice al abismo pacífico de un sueño.