En ocasiones la vida es siempre "Cien años de soledad", idas y venidas, sueños que se marchitan, errores que crean vórtices donde hay un antes y un después, esperanzas que se disuelven, dolores indisolubles con los que se tiene que llorar cada noche para dormir poquito más o menos, finales medio felices, decisiones que nos marcan, y así es la vida, una constante azarosa sin una narrativa que nos ampare con un poco de sentido.
Quiero profundamente viajar en el tiempo y entender los amores de la bisabuela María, el porqué de la dureza de la tía abuela Isabel, la belleza del amor incondicional y absoluto del Mono y la tía Lupita, estar de cerca viendo a través de ese ojo brujo que alcanza a comprenderlo todo cuando mi madre sintió que mi padre sería su compañero, y de repente, en ese instante fugaz pero certero, mi hermano y yo aparecimos en la curiosa ecuación de la posibilidad de nacer algún día.
Hay amores que se viven diferente. La siguiente es una historia de amor.
La tía Lupita conoció al Mono cuando eran unos niños-grandes. Se encontró con él a través de su hermano Manuelito, quien fue un niño travieso toda la vida. No voy a contar los detalles que sucedieron entre 1958 y 1988, pero sí lo que mi tía me hizo sentir al contarme su vida.
Ella es -a la par que mi madre- una de las mujeres más generosas y graciosas que conozco. Su vida ha sido dedicada al cuidado de otros, no por obligación, no por mandato, sino porque ella es la personificación del amor. En su trayectoria como ser humano ha dado sin cansarse, se ha preocupado por el sufrimiento de los demás porque no lo soporta, se ha ido aligerando de lo material porque le pesa mucho ese costal de amor a la humanidad que lleva cargando, y es o lo uno o lo otro, por supuesto ella eligió lo otro.
Es bella, en todos los sentidos es bella. Algunos pensarán que la vida no ha sido justa, pero yo creo que sí y vengo a este espacio virtual a defender tal idea.
Tía Lupita posee dos tesoros que solo ella conoce a profundidad. Los he de nombrar:
1. Narradora de buen humor
Tiene la capacidad de la resiliencia, una memoria y un sentido del humor que hace que me olvide de todo y nada más quiera estar preguntando, escuchando; y mi mente viaja, porque cuando narra lo hace como si ella fuera contemporánea de la abuela María que nació en 1895, del papá Polín que vivió a inicios del siglo XX. Sus historias me dicen que sus ojos de luna presenciaron la cantina, el cuchillo, al tío güero, al linchado, a la familia destruida, y entonces aquel dolor fue su dolor, porque esa tía Lupita tiene toda la empatía del mundo.
Y es así que con sus palabras me voy al exilio a Mexicali, me encuentro con la tía Tencha y esa negación al amor en una sala humedecida, un hombre huyendo. 1926 y veo la banqueta de la casa de enfrente donde mi abuelo se sentaba a platicar con mi abuela, porque se conocieron desde siempre. Viajo a los viejos bailes de Puerta de Canoas y voy en ese desfile de señoritas cuidadas por dos tropeladas de caballos.
En sus historias todas las tragedias son tragicomedias, no hay gota de amargura en su decir ni en su hacer, la vida sigue siendo bella, de ella siguen emanando los elíxires hermosos porque es buena.
2. Encontró al amor de su vida
Hay historias de amor que se viven a destiempo. A veces un año es una vida. A veces una vida es un instante. A veces un día es un desierto que no lleva a ningún lado. A veces 13 años es para siempre. Mi tía Lupita amó, fue amada, la luna descendió a sus ojos y se quedó a vivir ahí. Fue una reina y no necesitó más. Después, la corona se hizo polvo ante la inminencia de la muerte, pero el eterno triunfo de haber tocado la eternidad al comprender un poco de la divinidad que se posa en los seres que se aman, fue de ella. Esa suerte de la gente generosa que recibe el guiño de Dios, que recibe el regalo real, que aunque breve, se hace perenne en el recuerdo.
Aquellas manos se tomaron, aquellos pasos anduvieron, aquella historia fue, se perdonaron todo, y de ellos nació un ser de ojos de luna que fue dotado con los mismos dones: la generosidad y el buen humor.
Ese Manuelito te habrá hecho mil travesuras, mi querida tía, pero lo pagó con creces al darte involuntariamente la ocasión de conocer a Mono, porque esa conexión tan rara es casi ajena a esta tierra, pocos logramos ver a Dios a los ojos, y aquellos años de magia, de ser comprendida por otro ser en total transparencia de alma, es un presente que sigue presente.
Seguro Mono y tú ya se conocían de antes, y se seguirán encontrando en cada vida.
He aprendido, a través de los viajes en el tiempo de la tía Lupita, que ante esta brevedad de la juventud y la vejez como un instante que se confunde, no somos conscientes de ese efímero fósforo que se apaga desde que nacimos.
Si cuando viejos, algo en nuestras almas se enciende, entonces logramos aprender algo, entendimos, quizá, que de lo que se trataba simplemente era de acumular ligereza en nuestros pies; pero ante todo, de pisar esta tierra y asomarnos al alma de los otros.