Recuerdo que hace algunos años me sucedía que cuando hablaba, me cansaba de escucharme, no lograba entender la voz que me tocó tener, sentía que mi voz no correspondía con quien realmente soy, a veces al grado del llanto y la depresión. Aunque habría que preguntarnos, ¿qué nos dice quiénes somos?, la identidad es un tema complejo.
No sé si otros seres humanos se sientan así, pero a mi me sucede. Antes hablaba como niña a pesar de ser una persona adulta, mi voz tenía dudas, se ocultaba con la dulzura de una voz infantil, cuando me acercaba a otras personas a preguntar algo, mi voz se empequeñecía todavía más..., pero a partir de cierta edad, circunstancias y experiencias he notado que mi voz ha cambiado y me gusta; todavía no creo tener la voz que realmente me pertenece, que me dice quién soy, pero espero que todo aquello que me da forma, que le añade ciertos matices a mi persona me libere del lastre que representa ir por el mundo con una voz prestada.
Tampoco se trata de fingir mi voz y convencerme de una nueva yo ahora mismo, creo que se trata de esperar paciente la sorpresa de la vida y que en el camino, pedazos de la voz que me fue asignada vayan cayendo para descubrir mi propia voz. Tengo 30 años, quisiera vivir unos 100 con buena salud y compañía, quiero que mis ojos vean a esa mujer, quiero que mis oídos escuchen una voz madura, segura, con carácter, que sea capaz de cantar a su propio ritmo, sin importar que la voz que me representa sea tosca, áspera, acaramelada o amarga, lo único que quiero es desnudar mi voz.
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