junio 16, 2013

Tan sólo comí una rebanada de pastel de queso : )


Hubo una balacera en el Florido, era de narcos, David se atrevió a jalar el gatillo para pararles el alto a esa gente que tenía tomada las calles de la colonia y como rehén a la juventud, hubo balazos, entre los narcos estaba el papa Juan Pablo II y David se enfrentó a él, ambos salieron lastimados, se miraba cómo el papa se tambaleaba y le escurría sangre por una túnica impecable y David intentaba retirarse una varilla en el costado de su cuerpo, mi abuelo Carlos y mi abuela Tina estaban ahí y también salieron heridos, yo no dejaba de llorar.

Todavía incrédula y con la poca fuerza con que contaba bajé los cuerpos hasta la calle contigua pidiendo auxilio, y en un reclamo le grité a David con toda mi fuerza: "!por qué! !al dispararles destruíste nuestras vidas!", arguyó que si moría por una causa justa aprovecharía y se iría con su Dios. 

Tomé el auto y fui en busca de ayuda, iba manejando muy rápido, y al ir pasando por una curva en un acantilado, no lo hice como se debe y estuve a punto de salir volando, grité con todas mis fuerzas: !Ayudaaaaaaaaaaaaaaa! y traté de controlarlo, pero me iba, rechinar de llantas, la parte derecha del auto ya estaba en el aire, y abajo un mar enardecido. 

En la carretera estaba Max, sentado a la orilla, solitario, jugando con las flores del camino, me miró y sonrió, de alguna manera jaló mi auto y no me fui volando hacia la nada, me bajé y le abracé mucho, él no dejaba de sonreír, yo de llorar agradecida por haberme salvado de la muerte que más temo... morir ahogada.

Me fui a buscar ayuda, regresé con un par de ambulancias se llevaron a mis abuelos y a David y subí a casa a ver qué pasaba, en el camino me encontré con Roberto Garza y me dijo: "¿cómo estás?" yo le contesté: "Mal" y me solté llorando, me abrazó, al subir pude contemplar a mi madre, le pregunté qué había pasado y lloraba desconsolada, me dijo que mi hermano tenía leucemia, no lo pude soportar y lloré muchísimo, después me adentré a la casa y fui a la habitación de mi padre, yo sabía que hacía años había muerto, pero al entrar pude reconocer sus cosas, le pregunté a mi madre por él y me dijo que estaba en la casa de abajo, en donde vivían mis abuelos, corrí a abrazarle.

Tantas veces le he soñado, vivo, muerto, que revive, que estoy consciente de que está muerto pero me doy cuenta de que estoy equivocada y está vivo, que mi confusión se ha anclado a mi espíritu. 

Ya no sé si mi padre esté vivo o esté muerto, pero en el sueño lloré como nunca, lloré todo lo que me contenía, lloré de angustia, de esperanza, de dolor por todas las circunstancias que extrañas transcurrían en mi familia, pero sobre todo lloré porque por fin podría darle ese abrazo con el que siempre he soñado, un último abrazo nada más, uno solo, volver a verle otra vez, a los ojos, saberle vivo, aunque sea un instante y no saberle inalcanzable.

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