julio 04, 2013

Campos de cabello para siempre.



Era el futuro, en un pequeño planeta de la vía láctea llamado Tierra la civilización evolucionó de tal forma que los volvió lampiños y bajos de estatura. Una nueva era comenzaba, desde hacía varios eones que Salinas de Gortari, un extraterrestre mediocre y ruin expulsado de la estrella más lejana de la galaxia Andrómeda se había refugiado en ese lugar, exiliado por razones que jamás se permitirían en su planeta natal, pues la nobleza y la virtud eran la bandera de aquellos pueblos andromedanos. 

La avaricia y el poder de ese nocivo extraterrestre llevó a su reino a enfrentarse a una guerra galáctica que destruyó tratados de paz antiquísimos, Tierra era considerada el basurero más propicio de la vía láctea, se sabía que post Auschwitz, aquello que llamaban "humanidad" revestido de los valores más altos y honorables había sido asesinado en una cámara de gas y todo rastro desaparecido en un horno crematorio.

Su llegada desencadenó una nueva era, de tratados de comercio y venta de mano de obra barata que esclavizó a gran parte de la población de uno de los países menos desarrollados del planeta, pero dado el poder económico que obtuvo, dicho país se convirtió en el imperio más grande de su tiempo, derrotando incluso al territorio vecino, aunque no por ello desapareció la inanición de este mundo, dada la mezquindad que lo caracterizaba; se dice además que procreó más hijos que el mismo Gengis Kan, se afirma que dos tercios de la población de Tierra adquirieron su abominable cromosoma Y, por lo que la nueva raza conservadora y lampiña argumentaba que provenía de un linaje especial. Se corre el rumor de que hubo Eugenesia, y millones de personas de origen velludo murieron en campos clandestinos, entre ellos árabes, españoles y mexicanos.

Sus acciones de lucro y especulación generaron que se consolidara el sistema capitalista devastando gran parte de Tierra, la polución destruyó la capa de ozono y comenzó a afectar en la salud, los transgénicos y las hormonas con que hacían crecer a las plantas y al ganado crearon nuevos cánceres, afecciones que fueron transformando el estado físico de la población. 

Cientos de eones pasaron y la raza humana contaminada con el gen de Gortari combinado con los transgénicos y las hormonas desarrollaron una enfermedad genética que los hacía nacer lampiños, y sumidos en la nostalgia por tiempos mejores, se suscitaron grandes cruzadas por defender un ideal, ríos escarlata pintaban las calles, el filo del acero siniestro de la espada degollaba toda esperanza; pero un día, un grupo de extraños vestidos con capuchas y un signo en el pecho comenzaron a sembrar cabello en los plantíos, lo hacían a escondidas, porque Salinas era idolatrado como un Dios, para ese entonces toda peluca estaba prohibida, si alguien era visto con cabello eran decenas de pársecs recluidos en la cárcel. 

Después de grandes esfuerzos, estos héroes y heroínas cansados de la opresión quisieron armar una rebelión, y una gloriosa tarde un vocero anunció lo siguiente: "!Camaradas, es hora!", citando a la población en lugares estratégicos indicándoles que llevaran tijeras. Lo que a continuación sucedió desató distintas luchas, algunos conservadores veían el hecho de ser lampiño como una medida de evolución natural y de asepsia, creían firmemente que el cabello era inmundo, un recordatorio de nuestro origen animal; mientras los liberales afirmaban que el cabello era huella sagrada de lo natural perdido hace ya tiempo, un símbolo que siempre nos recordaría nuestras raíces, pues el humano con cabello representaba lo común, lo simple, mamífero racional que no se creería un Demiurgo-cyborg para jugar con la vida de esa manera.



Y la víspera llegó y la gente confiaba en esos protagonistas de la historia. La tarde estaba nublada, la muchedumbre avanzó temerosa sin saber lo que les esperaba, al llegar, vieron cómo unas mantas se levantaban, lo que sus ojos divisaron les devolvió la fe, campos de cabello ondeaban por todos lados, la lluvia se desató y sus lágrimas se confundían con la tormenta, era la abundancia, el cabello fluía como la miel y la leche, no más austeridad, la revolución había comenzado y en ese momento, cuando trozos de cabello volaban por los aires, llegó la represión, pero no importaba, porque el cabello era únicamente el pretexto para derrumbar viejos sistemas, y como si el tiempo y la lluvia se hubiesen pausado, los cultivos de cabellos rojizos, rubios, cobrizos y cafés se elevaban hasta donde la vista alcanzara, la risa y el llanto aturdían y confundían a los represores, finas hebras de cabello volaban sutiles por los aires y se balanceaban entre sangre y sudor en una lucha sin cuartel que no terminaría sino en varios pársecs, y la insurrección era la música de las ciudades, estatuas de Salinas caían a pedazos y retratos del tirano calvo eran decorados con largas cabelleras, los niños danzaban descalzos en los huertos, la algarabía desafiaba toda pena, y los padres rescataban femélicos a pequeños que vivían en carne propia el escarnio del hambre y la miseria.

Y a partir de la insurrección, los campos de cabello se cultivarían por siempre, como un recordatorio de aquel revolucionario que se atrevió a sembrar la primer hebra de cabello y a decir: "La historia es nuestra...y la hacen los pueblos", dejándonos una importante lección, ningún tirano tiene la potestad de pisotear la dignidad de los hombres y mujeres eligiendo su destino. 


!Vivat semper dignitate populi!

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