¡Cuánto extraño tus tardes amarillas de domingo, que despedían el aroma suave que emana de la ropa que mi madre planchaba, y que pausaba toda la prisa, y que encapsulaba el invierno en una taza de atole con galletas María.
La sensación de ser piel, y sentir el abrazo de otro como yo, de mi especie, que sabe del sinsentido que le da sentido a la libertad de ser.
El ruido de la guitarra que ensordece y que da luz a epifanías ruidosas.
Dormir, soñar, descansar de ser humano y probar el néctar que nos espera de la dulce nada, paraíso de los incrédulos, como yo.
Su olor, olor a bosque otoñal con aceites ambarinos.
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