No sé en qué momento tuve un viaje astral y fui a dar a un hoyo negro. Mi alma se volvió tan ligera como los restos de arena de una gota de agua, ante lo que etérea y transparente me convertí en un ojo sagrado que al internarse en ese vórtice de energía despertó en siglos viejos donde las brumas de los volcanes todavía se respiraban en todo el planeta. Y yo, yo solo era lenguaje sobre ligereza que vuela, por eso es que hoy puedes leer este monólogo interior. He sido tan ligera, que Miriam, quien escribe en este instante, escribe por mí porque yo me inserté líquidamente en su cerebro, como un recuerdo, como un instante de epifanía.
Así es, ahora Míriam tiene la imagen del primer fósil homo-sapiens, y sí, bebecitos, teníamos alas, podíamos surcar los vientos de los cuatro puntos cardinales, lo tuvimos todo, pero involucionamos porque nos atrajo más ese polvo terroso del que nacía la vida, nos arraigamos, nos enraizamos y nuestras alas se hicieron lágrima de tiempo.
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