Ella lo miraba, con paciencia y agudeza lo miraba; sabía que algo le quería decir, pero no encontraba las palabras porque no las tenía, porque en aquella noche de tormenta, mientras un rayo fulminante electrificada la reja de su casa, esa niña nacía, y frente a la vida, solo reconocía ese mar antiguo de silencio.
Entonces ella no tenía palabras, pero sí tenía colores para decirle a su amado que la amaba.
Con él amarillo le decía: "Reconóceme, soy yo de otras vidas".
Con el rosa le decía: "Te he esperado".
Con el verde le decía: "¡Hace tantos siglos!".
Entonces, los colores se derramaban, estaban tan vivos como las palabras.
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