Ok, así estuvo el show:
Llegaba a mi casa y el San Bernardo titánico del vecino me ladraba sin cesar. Dos veces estuvo por engullirme de un solo bocado. Además, los vecinos tenían la osadía de sacarlo a pasear a mi patio, por lo que de repente las moscas eran las mariposas de mis flores. Llegué a juntar tres kg de las gracias de Polo, como se hacía llamar ese perro.
Un día decidí dejar la bolsa de gracias afuera de la puerta del vecino en señal de represalia —obviamente encendida—, y me di a la tarea de comprar un servicio de avioneta con manta que venía desde San Felipe —10,000 nuevos pesos—. La manta decía: "¡Aquí tienen, les dejo una cucharada de su propia mierda!".
Aquella tarde solo salió Polo, se relamió los bigotes y en tono burlesco me dijo que sus amos estaban paseando en San Felipe, y que tenían una empresa de mantas y avionetas.
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