Casi estoy segura que nadie envejece, son muy pocos los años de vida y de experiencia ante la complejidad humana. No podemos jactarnos de la "experiencia" cuando somos un gusano del universo, que se arrastra en un segundo de tiempo.
Nadie sabe nada, no sabemos, ¿a quién engañamos?, no sé si soy yo, pero parece que no he aprendido nada, sigo desconociendo mi cuerpo humano y queriendo ser un cyborg, nunca voy a aceptar que soy de saliva, de mocos, de sudor y de olores raros. Me extingo, poco a poco lo hago y no voy por la vida inspirada pretendiendo que ya aprendí y que de hoy en adelante aplicaré los diez pasos para..., no puedo, sigo tropezando, y si no tuviera sentimientos todo sería romance puro, el egoísmo no me encerraría en esta cárcel de cuerpo que no me deja desnundarme.
Hay tantas convenciones sociales, colonialismo cultural, religiones incrustadas a la fuerza, valores que ni siquiera entiendo por qué me siguen ahogando, que ya no sé qué significa ser humano, ni mujer, ni occidental, pero me ahogan y me pintan de un color que quisiera lavar para ser lienzo en blanco y elegir desde una conciencia autónoma. Siempre he querido ser autónoma, a veces creo que lo soy, a pesar de todo ese costal de miedos que llevo cargando como un lastre.
Quizá la única y verdadera razón de estar aquí no sea ninguna en especial, el simple ser, el estar, el experimentar una y otra vez la vida, dejar que el tiempo haga lo suyo, entretenernos en este teatro y descubrir las infinitas sorpresas que nos ofrece el mundo humano y natural, tanto las nefastas como las bonitas, y así, un día morir, ya sea en un accidente, o con toda la pompa y el ritual que ofrece la vejez, para algún otro instante ser olvidado por completo, en un universo insustancial que alguna vez nació y alguna vez habrá de desaparecer, con todas sus insignificancias y sus grandezas, con todas sus glorias y sus bajezas, un todo hecho nada. Una nada gloriosa en su silencio.
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