agosto 03, 2013

A la Luna


Señora del mundo,
yo a usted la admiro,
mientras me juzga con su mirada,
la pienso mi musa,
y me da la espalda,
le recito un poema,
me abofetea,
le canto una balada
y me recuerda
mordaz, irónica,
que sólo soy
polvo de estrellas.

Fantasma del alba,
cansada de tanto,
de las turbias noches,
de las calles de sangre,
de los días aciagos,
de este circo de bárbaros,
pero también,
de los mismos cielos,
de la dulce lluvia,
de la mágica aurora,
del rabioso volcán,
del azul-rosáceo del invierno
y de descubrir todos los días el mismo infierno.

Usted tan bella,
nosotros tan pérfidos,
usted tan radiante,
nosotros tan perversos.

Y aun así sigue rodando a la aventura,
pudiendo un día negarse,
quedarse en sus aposentos,
quieta, inmóvil,
amarillando en el eterno.

Y es a través de usted fina dama
que como lente de cinematógrafo
graba las memorias
de un horror...
de un horror,
que se repite a diario,
en un delirio enloquecedor.

Ojo de cristal,
que guarda secretos,
y atesora en su pecho
soledades de otro tiempo.

El reloj es su verdugo,
desdichada luna,
un segundo, un milenio,
!da igual!
su único horizonte
es este páramo yermo,
de una raza miserable,
que no sabe amar.

Envejecida,
sin esperar nada,
condenada a repetir
esta escena sin sorpresa,
rodando hacia el abismo
de esta tierra maldita.

Y seguirá girando
hasta que un día
ese Dios llamado tiempo
se apiade y ose detenerse,
y harto de la estupidez humana
sucumba a las delicias de la nada,
desapareciendo todo rastro
por siempre.

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