Ochenta y seis años no son justos para las conciencias que son jóvenes toda la vida, el tiempo pasa y todo lo que transcurre en ella es tan efímero, que no se debería juzgar a quienes les exuda la juventud, a quienes les revienta desde dentro, porque no creen que un cuerpo viejo se encuentre relacionado con quedarse mudo y no cantarle a la única existencia que por accidente les tocó en suerte tener.
Espectadores de este teatro, pero también actores, actrices, no se pueden detener, en un mundo vasto que exige sentarse, callarse, encanecerse, caminar lento, sentirnos ajenos a la vida, decir "no puedo", cuando aún se desea bailar, cantar, descubrir el mundo, y aunque se cumplan ochenta o cien, siempre habrá mucho por bailar.
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