Al principio creó la Diosa los cielos y la tierra...
y olía a flores,
a la calidez con que el sol armonizaba la tarde,
olía a manzana fresca.
Después llegó el fuego, llegó el metal
y olía a trabajo arduo,
a hombres que fundían armas,
a mujeres que preparaban pieles,
a carne.
Más adelante llegaron los barcos,
y el olor nauseabundo del pescado
inundó los pequeños mercados.
Llegó el perfume
y el olor nauseabundo del humano
hizo alquimia escondiendo quien realmente era.
Llegó el progreso,
y con él los tanques,
y olía a pólvora,
a zyklon B
a carne quemada;
el olor humano se volvió nauseabundo
y jamás hubo perfume con que esconder
tal barbarie.
Algún día no quedará más olor
que la acidez de las montañas de basura,
y añoraremos la manzana fresca,
la calidez con que el sol armonizaba la tarde,
y las flores.
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