Nunca había sentido en el cuerpo y en el espíritu un dolor tan parecido. Voy por las calles y por ahí se escucha decir: "!pero hay que estar agradecidos!", y una paradoja se planta en el pecho cuando el agradecimiento y el pesar se mezclan en un sentir que no sabemos cómo descifrar.
Cuando estaba en el edificio de la universidad donde trabajo, en Cuernavaca, Morelos, sentí una intensidad que no había experimentado jamás, y mi instinto de supervivencia me hizo correr como desquiciada por los pasillos y escaleras de la escuela. Mis alumnos se acababan de ir 14 minutos antes; yo me quedé leyendo un cuento de Arthur Clarke llamado "Los nueve billones de los nombres de Dios", el cual termina cuando el universo desaparece. Sentí terror, quizá este fue el acercamiento a la muerte más profundo que he vivido; pero estoy viva, sin rasguño, y tampoco puedo descifrar cómo es que algunos sí, y otros no.
Mis sentimientos... !qué importan mis sentimientos! a veces me lo digo. Cuando hubo cientos de muertes a mi alrededor, cuando hubo quien perdió sus hogares, sus cosas que dejan de ser cosas cuando adquieren significados, algún amigo, alguna hija. Pero tengo sentimientos y los quiero expresar. He sentido una tristeza y un estrés profundo y constante (así como todo mi país, no me cabe duda), que sé que son muy compartidos, que se vuelven físicos con el vómito o el entripado en nudo; una tristeza comunitaria por ver las dos ciudades que habito en desolación; por caminar Reforma y Madero y verles transitables, sin el tumulto constante que somos, y me da tristeza la posibilidad de que la gente en su horror constante se vaya de una ciudad tan bonita y noble como D.F., en la cual construyó historias, echó raíces. Caminar por la Roma y la Condesa y ver algunos de sus edificios tan viejitos con cuarteaduras, diciéndole adiós a una época; imaginar que otros están derruidos quizá con gente en sus últimos alientos susurrando por ayuda, mientras la vida sigue, mientras los restaurantes abren y la luz se restablece, porque lo surreal de la muerte radica en que, precisamente, la vida sigue y no todos morimos de la mano de esas historias desaparecidas que tuvieron nombre.
Y entre mis reflexiones me siento muy afortunada, esa fortuna momentánea de saberme viva, de saber que mis amigos están íntegros, de pensar y creer que todo es como antes. Pero viene la paradoja de saber que nada lo es, que la cotidianidad se quebró como las piedras de esos edificios, porque no se puede caminar por la colonia con el mismo alborozo con que antes lo hacía para irme a una fiesta, porque voy a saber que a unas cuadras en un edificio quedaron truncadas y enterradas las vidas, las historias, la energía que merecía seguir respirando. Entonces lo cotidiano ya no es cotidiano y el silencio que se escucha en cada esquina se traduce en esa constante paradoja del grito que nadie grita, porque rogamos que todo vuelva a ser como el 18 de Septiembre, en donde no teníamos ni mochila ni radio ni papeles listos, ni el recuerdo constante de nuestra pequeñez.
Morelos, Distrito Federal, Oaxaca, Puebla, Estado de México y Guerrero. 1.14 pm, !jamás olvidaré esos números! ni tampoco la solidaridad con que mi país se mueve, ni que en las calles me ofrecían tortas con una bondad traslúcida, ni que por varios días los transportes fueron gratis, ni que mi casa fue su casa para quien lo necesitara, ni que los pobladores del barrio de San Felipe en Tlalnepantla, Morelos confiaron en mí haciéndome pasar a su morada para levantar censo de daños o heridos, ofreciéndome un taquito en cada hogar, ni que un amigo en Tijuana me encomendó la misión de hacer buen uso de su buena intención "administrando con sabiduría" su donativo.
Mi madre y los amigos que me conocen sabrán que soy una mujer de fiesta, que se me agolpa la energía en la garganta cuando no bailo, cuando no canto; pero ahora hay un mutismo, mis pies se niegan a danzar, y aunque la marejada del tiempo y lo cotidiano nos inunde y empuje a reacomodarnos a este "después", no se me olvida que hubo un "antes" de la 1.14 pm.
Sé que no son días ni semanas, no son años, no es el tiempo que "lo cura todo". Para muchos vienen procesos dolorosos de reacomodo, viene el luto, la negación, el dolor, la incredulidad, el coraje, la culpa, ... y somos nosotros, los "afortunados" los que no podemos permitirnos soltarles la mano.
Me quedo con el sentimiento de que me rodeo de gente buena, que mis amigos son ejemplo para mí, que la confianza en el humano existe, que nuestra especie no está perdida y todavía podemos educarnos en el amor al prójimo.
Finalizo esta reflexión pensando que la tierra es un organismo vivo sin intención ni conciencia que puede brincotear cuando se le antoje; y somos nosotros los que nos aferramos a las casas viejas, a nuestras raíces; somos nosotros los malos ingenieros, los que nos creemos de hierro, los que nos aprovechamos y vendemos casas inseguras. También somos quienes nos inventamos una cotidianidad inamovible, con la casita, las mascotas, la familia, los amigos, los fines de semana de fiesta y el trabajo en el que nos queremos jubilar.
Que no se nos olvide que antes de nacer no fuimos y este respiro que somos hay que agradecerlo siendo justos con los otros, quienes también buscan un pedacito de gloria en esta tierra, porque estos momentos son los únicos que la conciencia y los sentidos registrarán y sentirán, y después de este suspiro... la nada.
!Que el universo sea justo con el dolor de mis hermanos y les brinde la paz de espíritu que el paso del tiempo da!
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