Amaranta es alimento, dulce de fuego que quema los adentros, sonido que delinea un ser, grito de madre que desde el acta hasta la tumba cincelará una vida.
Y el eco de su nombre será vasija para contener el primer paso, aquél tímido gesto de la muerte con el deceso de la tortuga severiano, la primordial caricia, el primer adiós por siempre que nunca sabremos, el alma entregada en total ceguera, el peso de la distancia y ese instante personal de cara al tiempo que marcará un epitafio.
Amaranta no es un nombre, es piel traslúcida en que se tatúan los días, y al pronunciarlo, el primer paso, severiano, la caricia y la distancia vuelven a ser.
Y llegará el momento en que Amaranta caerá a letras, una a una, y ese último fonema penderá de un sonido cuando su recuerdo muera en una final pronunciación.
A - ma - ran- ta.
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