julio 24, 2014

El rostro de mi abuelo


Su frente octagenaria era un lienzo que invitaba a filosofar, una tela al óleo conducto de senderos trepidantes y a la vez serenos de una existencia que guardó aventuras y horas de templanza.

Sus cejas eran dos danzas frenéticas que metaforizaban pies de libertad.

Sus ojos abismados y cálidos desbordaban miel, ojos infantes, oscilantes de historias en su redondez.

Su nariz era una bolita de bombón rosada que brindaba la confianza de un papá Noel.

De sus mejillas brotaba dorado terciopelo que dejaba ver un hombre de otro tiempo.

Sus labios eran intermitencias de cariño y risa y entre ellas, palpitaba profundo la vida.

De su voz emanaba un carnaval que no terminó jamás y aún hoy en el recuerdo resuena jubiloso el eco de una carcajada.

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