julio 16, 2011

Nocturno


Es domingo, enciendo un cigarrillo, afuera una cotidiana tromba de diciembre se asoma inquietante y la angustia de la nostalgia de fin de año se hace presente, en el suelo sólo quedan trozos arrugados de serpentinas y un kiosco vacío que invita a perderse en su soledad.

Mi nariz está fría y enrojecida, labios secos, froto mis manos y el vapor y el humo de mi boca se mezclan con la lluvia, apago el cigarrillo pisándolo y un par de colillas se pegan en mi bota.

Entro, me quito el pesado abrigo, la bufanda, los guantes y lo primero que veo es un pequeño y atrevido roedor que se pasea descarado por el dintel de la puerta, sonrío, respiro un aire viciado y familiar, camino hacia la barra y tomo mi lugar, pido una cerveza mientras suspiro profundo inhalando ese aire de óxido que se cuela por las rendijas de una Tijuana vieja que guarda celosa los olores nauseabundos del ayer, como si esencia tras esencia pintara la huella profunda de lo que alguna vez fue, como queriendo aferrarse a una raíz que no permita su ingravidez.

Adentro es cálido, y el sudor escurre, el sudor se desliza, el sudor arremete y mezcla humanas fragancias.

Todo es sepia, el ambiente se dibuja por sí sólo en tonos sepia, la vieja sinfonola susurra "...amor, lo nuestro sólo fue casualidad, la misma hora, el mismo bulevar..." y bebo de un trago el resto de mi botella.

Noche de invierno, noche de domingo, noche de cantina, noche que promete y envuelve y acaricia. Una pareja de travestis entra y me saluda, al otro extremo de la barra un payaso mira absorto una cucaracha en la pared, entretanto el cantinero le sirve su ya incontable trago; al lado opuesto un viejo viejo amigo me sonríe y levanta su cerveza diciéndome !salud!, hago lo propio.

Pasan las horas, afuera sigue lloviendo e inefables historias se suceden a la vez, a lo lejos el espíritu extasiado de unos adolescentes eclosiona en carcajadas bebiéndose violentos la vida.

No me quiero ir, no quiero salir de ese refugio ni de esa noche ni de ese domingo, no quiero otro universo que no sea el nuestro.

A punto de cerrar pongo la última canción en una sinfonola que es sólo mía, me despido de ese día azul con "Golden slumbers, carry that weight, the end" y una lágrima emerge al escuchar el mágico acorde de piano que le sucede a estas sabias palabras "And in the end the love you take is equal to the love you make", bebo el último trago, pienso en él y se cuela líquida su ausencia, enciendo el último cigarro y le comparto al cantinero, tomo mi abrigo, bufanda, guantes y me voy, el frío cala aún más, 3:10 de la madrugada, la noche es larga y la dicha también.

Camino, una suerte de bacanal es celebrada allá afuera entre la lluvia, las ratas, los restos de manteca del "kentucky fried buches", una Tijuana dormida y uno que otro balazo. Camino con la seguridad de no tener nada seguro, lo hago hasta llegar a una fonda que siempre está abierta, pido un café de olla, me aproximo a una banca y me quedo quieta; sueños azules se pintan en mi mente, frente a mi un sonido peculiar, un acordeón, un contrabajo y una guitarra entonan "Cruz de madera" y me siento viva; huelo la canela, el piloncillo, la tierra oaxaqueña, saco de mi bolsa el "nocturno a Rosario", lo leo, se empapa y lo vuelvo a leer, huelo mi café, mi viejo libro, espero el amanecer y guardo ese momento como el día más hermoso de mi vida.

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