Es un domingo, la iglesia del río se encuentra hasta el tope, los parientes han venido desde lejos y te estamos velando, pero tu no estás en el ataúd abuelita, estás conmigo, presenciando tu propio velorio; ya no hablas y los años te han carcomido pero no mueres; todos pensaron fatalmente q ue por tu delgadez y paros respiratorios continuos morirías hoy mismo que hasta planearon lúgubremente tu velorio.
Estás conmigo y te tomo la mano, tan suave y templada, nunca fría... es hora de irse, te has desmayado otra vez, te colocan sobre el féretro y la gente comienza a irse, se alejan riendo, contentos de no ser ellos los que se encuentran en tu lugar, dicen musitando: “ya le tocaba, pobre Tinita”, “era de Dios, estaba sufriendo mucho; pero que Dios la tenga en su Santa Gloria”, yo continúo llorando y no acepto tu partida.... el padre está en la iglesia todavía, no me observa cuando abro tu cajita y te tomo de la mano otra vez, estás con tu vestido floreado que siempre te ponías, te quiero dar un beso en la mejilla y te mueves repentinamente, te hablo y me respondes... “¿dónde estoy?”... y me miras asustada, nerviosa. Veo tus piecitos desnudos y uno de ellos está sujeto al ataúd con una cadena y candado, el padre me encuentra y se sorprende al saber que estás viva, yo procuro sacarte y tu estás llorando de los nervios, ... los malditos doctores te quisieron aplicar la eutanasia por pensar que ya no dabas para más, por una flojera asesina te inyectaron algo que te haría dormir, pero tu eres mi abuelita Tina, la fuerte, la que siempre está ahí riendo a carcajadas de loquita, carcajadas que no tienen sentido y que yo heredé gustosamente, mi mamá le llama “el tonto”, pero tu y yo contentas saciamos nuestra sed de risa hasta que el alma se ahoga de tanto gritar, hasta el grado de ocultarnos las caras porque nos provocan la risa al mirarnos.
Estabas en el féretro y buscamos arduamente una especie de herramienta para liberarte, no había nada y comenzaste a recaer, te hiciste pipi y quien sabe de qué manera divina tus orines llegaron a la altura de la copa sagrada donde se bebe la sangre de cristo, después te dio otro ataque de asma, yo te puse tu inhalador y el padre convertido en monstruo ya, cortó los cablecitos que te mandaban el aire, empezaste a respirar apresuradamente y te miré asfixiándote sin poder hacer nada, tu sudabas, te estremecías en las almohadas blancas del ataúd y comenzó a brotarte sangre por la nariz, luego por los ojos y después dejaste de respirar. Nunca olvidaré esa mirada de desesperación, nunca entenderé todo lo que sufriste y lo sola que te has de haber sentido en ese suplicio, en esa tortura que ni los animales aplican. ¡Maldita raza humana que degeneró en monstruos de la especie más peligrosa!, los monstruos de la razón. Te extraño abuelita, mi abuelo y mamá y hermano te extrañan mucho y nos haces falta, tu y tus nervios, tu risa alocada, tus huevos con frijoles, tus tortillas siempre quemándose, tu ternura y delgadez, tus gritos cuando mi hermano te acariciaba los cachetitos aguaditos, tu trompita parada cada que te quedabas dormida en donde sea, mi abuela, mi niña, sin ti no estaría yo aquí, soy parte de ti y me complazco y me alegro en ser tu descendiente, en llevar tu sangre y tener fotos tuyas; que cuando yo haya nacido mi abuelo y tu se hayan venido a cuidarme, te amo abuela... desearía que la energía no se transformara y que en un tiempo estático nos quedáramos yo en mis 6 años, tu en tus 40 y tantos y mi papá en sus 30 y tantos.
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