Maté un mosco con mis manos,
rascábame con rabia las piernas,
mientras el mosco se burlaba
de mi tonto proceder,
laminitas, matamoscas,
trapos, cloro,
la inutilidad humana
ante la maldad luciferina
y zumbona del zancudo.
Maté un mosco porque
entre tanto zumbar,
perdí mi dignidad;
la perdí entre desvelos,
corriendo como loca
entre cuatro paredes.
Y al alcanzarlo,
recuperé mi sangre,
!porque es mía!
!sangra robada!
!Oh, sangre mancillada!
Y en la afrenta,
recobré la honra,
redimiéndome,
recuperándome.
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