marzo 25, 2013

Poesía

No se pudo llamar cebolla, claustro, pollo o clero,
pero sí libélula, azul, chocolate o elegía.

Sus letras fueron siempre el pan del callejero,
luz y verdad para aquel que se atreve a recorrer los caminos.


Ventana a los agridulces abismos del humano,
baño de luna, llovizna que desempolva el olvido
y los sombríos parajes del espíritu.

Bastón para el viejo,
cuando en el ocaso los recuerdos se difuminan
y la palabra tira del hilo de la vida.

Cacerola para el vómito del hastiado,
cuando los días nos arrastran,
las horas son sólo sombras,
y las tardes sonoro aullido.

Leal camarada del marginado,
pues fue de la palabra que emergió la conciencia
y el cincel que rompió las cadenas del esclavo.

Destello de esperanza
en el sombrío corazón de nuestra raza,
último recinto de pureza y confianza.

Grito del indignado,
bandera sin color de toda revolución,
un arma que dispara flores,
un monstruo que acaricia,
destino del solitario, del loco, del filósofo.

En un verso es posible comprender a un hombre
sin necesidad de conocer su nombre,
entender "¿por qué algo y no nada?",
conciencia sin ciencia.

Es el espíritu en efervescencia,
es sentir que la vida,
con penas y alegrías,
siempre será una fiesta.

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