Esperamos, siempre esperamos que algo suceda, algo fuera de lo común, que rompa con lo cotidiano.
Incontables apocalipsis en esta historia nuestra, cada generación busca pretextos, situaciones ridículas que nos brinden la dulce esperanza de presenciar tiernos fines de mundo, y ser parte de la gran hecatombe.
Siempre hemos buscado sentirnos especiales, añoramos que la divina providencia se manifieste, que el destino nos dé una señal y no seamos producto de un gris accidente; vivimos a la espera de un juicio final en el que por lo menos nos toque el infierno para salir de esta espera sin sentido, de este rodar y rodar sin ningún fin; ansiamos que una nave extraterrestre nos abrace en una sociedad ultragaláctica con más sentido que la nuestra. Buscamos fantasmas, dioses, diablos, duendes, criaturas que rompan con esta racionalidad vacía que no nos ha llevado más que al absurdo..., pero no hay nadie allá afuera, por más que elevemos plegarias nadie contesta, y nuestras oraciones viajan vacías por el silencio y la nada universal, sin obtener respuesta.
!Estamos solos!, no hay nada ni nadie, y a pesar de nuestra perenne obsesión por destruir y autodestruirnos, nos quedaremos esperando incontables cataclismos, y el agudo del silencio abrumará nuestros sueños, y nunca pasará nada, pero esa rara enfermedad de la esperanza será nuestro eterno castigo por el daño que hemos hecho, un castigo sin Dios, sin moral, un castigo que proviene de nuestra misma condición humana que nos obligará a deambular por esta tierra sin ver nunca un fin.
Y la única forma de despedirnos de este absurdo llamado "humano" será presionando un botón rojo, para que nuestros cuerpos sin alma, cuerpos gelatinosos, de sangre y huesos, de molares y orejas, !mamíferos erguidos! se fundan en uranio, mientras caen a pedazos miles de recuerdos, fragmentos de historia, trascendencias quebradas, papeles verdes manchados de rojo y guerra, y lluevan en gotas de ruina disolviéndose en la nada por siempre.
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