Era de noche, el espejo de pared a pared de mi sala me hacía voltear cada que pasaba por ahí cuando apagaba la luz para ir a dormir. Era de ley, o volteaba o volteaba, siempre en un instinto que no podía detener, y aunque mi cabeza girara, al estar en directo con la imagen de mí, mejor cerraba los ojos por respeto al espejo, por respeto a aquellas leyendas en que una imagen perturbadora de ti misma podría aparecer.
Aquella noche habían venido mis amigos a cenar, yo me sentía confiada y feliz, como con la certeza de que todo estaría bien, que incluso yo era feliz, que la vida que me había tocado era una buena vida. Mis amigos se fueron y me dispuse a apagar la luz de la sala para volver a pasar por el gran espejo, pero esta vez quise enfrentar mis miedos y volteé, con la poca luz que entraba de la calle, me miré a los ojos y una siniestra sonrisa que yo no estaba emitiendo se dirigió hacia mí y escuché: "¡Por fin nos encontramos, perra maldita, ya me toca vivir tu vida, ¿qué no has escuchado que si miras a los ojos a tu doble del espejo por más de 5 segundos hacen switch", y entonces heme aquí, atrapada en el espejo hasta que mi doble se apiada de mí y me mire.
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