Un olor a cigarro terrible, la asfixia de un departamento sofocado con tu perfume de sauce añejado, notas de vodka de una noche vieja de carretera a Cuernavaca, de llantas ponchadas, de carteras perdidas, de milagros acontecidos, de gélido viento pero de infierno entre tus brazos.
Hace veinte siglos.
Noche de ráfaga de lugar ameno de la vida que se instaló con desesperación en la memoria y daba gritos de auxilio cada que la autonomía de mi ser se diluía ante tu rostro hundiéndose en la constante arena movediza.
Después, un quejido seco y el vacío frente al luto de ti.
La guerra acontece, ¡oh, la guerra!, y el ojo que todo lo ve viaja de polizón para ver lo que no se debe ver. "¡Porque es urgente no olvidar!". El imperativo ético de no olvidar, me decías con ojos que brillan y voz queda, con ojos de un dios encarnado.
Entonces, el asqueroso y dulce cigarro, el amargo del alcohol envejecido por la bohemia solitaria sigue en la punta de la nariz de mis entrañas, como un elixir.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario