julio 17, 2022

Amado Porfirio

Hoy es 24 de diciembre de 1900, un nuevo siglo se asoma y a las cinco de la tarde yo le espero, sigo esperando su llegada como me prometió. Los copos de nieve van cayendo en este invierno lánguido y tardío que llena de melancolía estas letras.

Usted no está, solo le contemplo en esta memoria que se arrastra cada día y lucha ferozmente ansiando frenar el olvido, porque no le quiero dejar ir, porque su rostro aparece cada noche en mi lecho, donde le beso plácidamente en la frente.

Amado Porfirio, sepa usted que me han querido casar con Don Hermenegildo, ¡qué nombre que me causa una náusea!, y a mis veinticinco años me resisto, aunque me digan soltero a con escarnio, aunque mi vientre se seque como flor marchita. Usted regresará, de eso estoy segura, no hay guerra que no acabe y aunque me encuentre avejentada, yo le esperaré rezando los misterios, siendo devota a ese amor que nos juramos en aquel camposanto frente a la tumba de mi abuelo. 

Tengo esperanza, mi bienamado, de su regreso, de que este frío y cruel invierno se diluya. 

He de escuchar el canto de los pájaros de nuevo, he de escuchar el dulce y férreo tintineo de sus botas de soldado fiel. 

Yo le espero, Porfirio.

Mientras tanto, rezo.

Siempre suya, Martina.

No hay comentarios.: