Hacía parkur en las pirámides de Egipto, y en las palmas me trepaba con la habilidad más simiesca jamás adquirida, dentro de las pirámides Alejandro Romero manejaba un carro de carreras que perteneció a un faraón a toda velocidad, pero era tan oscuro que no se sabía si había derrumbes, y la antiguedad de esos parajes lóbregos mantenía todo en una incógnita, la velocidad era tal en aquella abismal negrura que sentía que moriría estampada a 100 km/hra.
Me subía al techo de mi casa y las palomas habían hecho de las suyas, iba al mercado y me encontré a Reyna, nos dijeron que si eramos padre e hija, mis objetos fueron una falda de flamenco con tela de tutú, un pañuelo, una libreta, pero al pagar las monedas se hicieron pequeñas y no me alcanzó.