Le vi aquella noche cubierto de color y de esperanza, con sus enormes zapatos que pateaban al mundo y esta realidad sombría. Le vi bajar bañado de luna al bar de aquel sótano mugroso que narices frecuentaba hace ya algunos ayeres en aquella frontera violenta. Le vi porque yo estaba ahí, esperándole.
Hacía ya varios años que le había conocido en ese mismo bar, pues todas las tardes solía visitar aquel refugio que entonces tanto significaba; recuerdo a detalle la primera vez que lo vi porque un mar de confusión arrasaba con esa vida mia.
Puedo verlo claramente, me encontraba fumando un cigarrillo en la mesa de la esquina y en uno de los momentos en que más negra y sola parecía la tarde entró él, majestuoso en su traje roído, con unos ojos tristes que se encubrían en esa siempre sonrisa que su maquillaje dibujaba, y cada uno de sus pasos abría a dulces puntapiés ese castillo de espeso humo y miseria mientras paseaba en su triciclo rojo rayándole la madre al mundo con una voz aguardientosa que inequivocamente era cosquilla para el alma; esa noche le conocí y lo recuerdo muy bien porque mi vida jamás volvió a ser igual. Ese sótano era el punto de encuentro y a pesar del arsenal de bienaventura que representaba para mi en esos días, pude notar que sus ojos ocultaban algo.
Nos hicimos grandes amigos y juntos recorríamos la ciudad, nuestras copas tintineaban y decían !salud!, nuestros pies caminaban los parques y los kioskos mientras él hacía reír a los niños. Una noche de octubre fui al sótano a buscarle y no lo encontré, al día siguiente también lo hice, fui todos los días durante meses y no le volví a ver; de repente Naricitas se desvaneció en el aire y de mi vida por siempre sin saber la razón.
Cientos de tardes han pasado desde la última vez que le vi, ya soy vieja, el tiempo transcurrido me ha quitado las ganas de vivir y los recuerdos de aquél payaso vuelven a mi como tormento de fuego; ayer decidí volver a ese bar para respirar el mismo olor a pino con tabaco que usualmente perfumaba la escena; he preguntado por él y me han dicho que rumores han llegado de que es ahora un payaso viejo y deprimido consumido por la soledad y el alcohol, dicen que la única que le acompaña es una perra, quien reluciente en su sarna, babosa y leal compañera le acompaña, su nombre es Gretel.
Nunca sabré si lo que han dicho han sido rumores; pues nadie en estos veintidos largos años ha tenido noticia de él.
He llegado a la barra y veo que han cambiado de dueño, un joven se acerca a mi y me entrega una carta que parece muy vieja, me dice que el antiguo dueño le ordenó que eventualmente yo volvería y que estuviera atento a una mujer de peluca rosa, con una naricita de payaso. Me entrega la carta, la leo, muero de dolor y tomo un trago.
!Pobre Narices!, quién diría que terminaría muriendo de forma tan trágica…; sabía que sus ojos ocultaban algo, él se tiró de aquél puente.
Lo único que decía ese papel amarillento era:
"Perdóname M., nunca aprendí a vivir..."
Y en aquél bar todavía se escucha su risa y esas dulces mentadas de madre que adornaban mis días, pero Narices se ha ido, disolviéndose en el humo de su cannabis…para siempre.
Y yo... yo con él.