diciembre 31, 2010

Cassandra


Era el otoño de su vida, su andar lento pisaba la hojarasca seca y vieja que melodiosamente adornaba su soledad. Él esperaba cada tarde sentado en su mecedora, ¿qué esperaba?, tan sólo esperaba.

Cuando vivió la primavera de sus mocedades creyó que la vida sería muy larga, tenía sueños y la llama de la esperanza latía en cada uno de sus pasos; profesaba la justicia, se sabía poderoso de pensamiento y de acción. Cada viernes iba a reuniones secretas de izquierda y en alguna ocasión casi perdió la vida por un ideal; era obstinado en encontrar su misión, no perder el tiempo, optimizar su vida y ser productivo en el sentido de dejar un poquito de sí en este mundo. Más de la mitad de su tiempo estudió múltiples disciplinas queriendo tropezarse con el enigmático por qué. La otra mitad se dedicó a viajar, su filosofía siempre fue la pregunta y experimentar todo aquello que le diera paz mental.

En alguna ocasión hizo una pausa en la estación del verano y vivió un amor febril siempre revestido por la ebriedad de la razón, mientras la embriaguez del idilio palpaba su sentir. Pero aquél espíritu bohemio le indujo a partir.

Miles de lunas han pasado y hoy está solo de gente, lo único que se escucha por las tardes es el graznido de la bisagra de una puerta de madera muy pesada y corroída por las polillas del tiempo.

De vez en cuando se percibe el aullido de hambre de una gata de arrabal que le acompaña, ella es Cassandra, a quien salvó de morir atrapada en una alcantarilla alguna ocasión en que fue a comprar pescado a las afueras del muelle. Él la ama, ella le es leal y duerme a sus pies, él la alimenta y la acaricia, ella le lame las manos y se acurruca, él la abraza y juntos realizan largas caminatas hacia el muelle en donde ella feliz come trozos de pescado regados por ahí; juntos observan desde el faro cómo van y vienen buques entonando coplas de esperanza en cada intento por anclar. Juntos ven las puestas de sol y aprecian la sinfonía de silencios del muelle por la noche, engalanada con las olas del mar.

Hoy la muerte le circunda, el olor fétido de la soledad y la añoranza revisten una vida de pesar; empero se lleva una gran enseñanza de este mundo, pues todo ese andar no le dio respuesta a sus interrogantes, se la ha dado Cassandra a quien salvó de morir en el más cruel de los abandonos, hoy él piensa que su vida ha tenido un sentido, porque experimentó, amó y sirvió, pero sobre todo porque el amor y el sentido de la vida lo pudo encontrar en un detalle que para ambos significó una caricia.

Son las nueve de la noche, él bebe café caliente y se asoma plácidamente a la ventana para regar su orquídea, le da de comer a Cassandra y se recuesta a dormitar, ella se acomoda a sus pies, él cierra los ojos con un gesto de paz y muere; Cassandra ha cumplido con su misión y se va altiva maullando a la luz de una luna de otoño que le pinta un largo camino por andar.

1 comentario:

CerezaFlotante dijo...

qué hermoso!! valió la pena la espera para leerlo,jeje
no me sacó una lagrimita ni nada de eso (como aquella historia que escribiste,creo que se llamaba ämor de banca"), alc ontrario,me dejó un buen sabor de boca, y la verdad pienso que sería una buena idea para un cortometraje.