noviembre 03, 2016

Xoxutla, sus tesoros y el olvido.

La casa era grande, el ruido guardado rebotaba esquina a esquina. Antes de entrar esperé en el dintel de la puerta principal, observé con respeto el santuario de la vida de una familia que ahí existió, respiré, suspiré y entré conmovida; en un instante las luces se encendieron, el olor a café se mezclaba con las recetas secretas que emanaban de un horno antiguo. 

Salí al patio y lo primero que vi fue un jacuzzi frente a un río maduro, panales de abejas descansaban en los techos, a lo lejos se veía la barda blanca de un amigo de antaño, un melodioso piano resuena todavía en las frías noches en que el recuerdo se agolpa en la memoria.

Después, el saloncito de los remedios, oscuro, adornado con tenues luces y blancas telarañas ya muy viejas, libros que guardan sabiduría y polvos de tiempo, plantas añejadas, superstición y nigromancia.

Subí las escaleras casi inconexas con el siguiente piso, de una habitación pendía una mariposa de papel anclada al techo, como queriendo resguardar con vehemencia una era perdida, postrero signo de mocedades ya marchitas. 

Luego, otra habitación que daba al río, Don Quijote se asomaba en el estante, imperturbable, incólume al olvido, y en la lejanía... la voz de un caballero andante decía: "En un lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme...". De entre todos los libros, los diarios de un ser humano asomaban expectantes de un ojo lector, leí algunas frases, me adentré y mi pecho latió.

Avancé al siguiente espacio y un pequeño balcón daba al río. Seguí caminando y los tesoros iban apareciendo: el sombrero del abuelo, la credencial del reclusorio de una niña de secundaria, cajita musical, películas de nitrato, grandes espejos donde escenas de una vida fueron.

Fui hasta la biblioteca, unas máquinas singer, me asomé a los cajoncitos, fotos viejas, botones, carretes de hilo, alfileres, y en el pedal, horas en vela de una mujer que tejió sueños; libros de mazonería, de dietas "normales", una calavera de resina, un taquímetro que permite ver los cráteres de la luna, un "view master" con colección del hombre araña, el zorro, caperucita roja y más añoranzas, del cual se puede decir fue un creativo negocio del abuelo en la feria del pueblo.

La tenue luz de noviembre atravesaba las ventanas con la misma intensidad de lo que nunca fue viejo, salí al balcón y pude ver entre la soledad y la sombra una flor. Bajé, me despedí de la casa con melancolía, agradecí acariciar con tal intimidad tesoros de otra era y pensé en todas las otras historias que no conoceré, en los pequeños cajones que guardan misterios, en las cartas perdidas, en las botellas lanzadas al mar que nunca llegaron ... en que un día todo será cubierto de polvo y se volverá un recuerdo. Y si no hay quién lo recuerde... ¿alguna vez fue?



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