de una transparencia que mutila,
de una verdad que arranca a jirones la vida.
Ojos solemnes que al contacto...
nos mirarán todos los días.
Hay ojos !dios mío!,
!hay ojos que nos gritan ayes!
ojos anquilosados que arrastran la suma de todos los horrores.
Ojos deformes de pasado,
urgentes de presente,
carentes de futuro.
Mirada humedecida de torrenciales lluvias
que cala gélido en sueños perdidos;
pupilas que nacieron mirando al camposanto,
cargando el lastre del hambre
!destino infame!
Ojos que amarillan mieles de desgracia,
que van solos,
y volcados en su soledad,
desahuciados de fe,
moribundos,
no tienen a quién gritar,
porque no hay nadie allá afuera,
y en la lentitud amarga de sus noches,
el reloj parece detenerse,
aletargando la agonía
de un mañana que no tiene sentido,
pues da lo mismo morir ahora
que en diez días,
la condena siempre alcanza al condenado.
!Hay ojos Dios mío!,
!Ay ojos!
no tienen a quién gritar,
porque no hay nadie allá afuera,
y en la lentitud amarga de sus noches,
el reloj parece detenerse,
aletargando la agonía
de un mañana que no tiene sentido,
pues da lo mismo morir ahora
que en diez días,
la condena siempre alcanza al condenado.
!Hay ojos Dios mío!,
!Ay ojos!