junio 13, 2014

Del olvido (taller de martes bonitos)

Un mutismo que hiere las entrañas,
olor a otoño, a cenizas, a muerte.
Ausencia que desteje los hilos del tiempo.

Narración silente,
luna invisible,
espejo desierto.

Sus ojos en lontananza
hierven de no mirar;
notas extintas,
el viento ya no canta ni danza.

Nombres clausurados;
Justina, Doroteo, Carmina,
-impronunciables-
Simeona, Aureliano, Úrsula;
fonemas que reposan en el fondo de las piedras,
son sílabas rotas.

Misterios inefables languidecen de otros rostros, otras tardes,
otros sueños.

Los días renuncian a la historia y fatigados ante la nada que pasa y pesa,
sin fechas,
sin memorias.

Noches que dormitan en viejos libros,
subrayados por Justina, Doroteo y Carmina.

Años que se esconden en el polvoso sótano,
vidas sin nombre o lugar en el camposanto,
sin sepulcro ni epitafio.

!Morir no es morir si les recuerdo!

La flama se extingue,
el fuego rojo calienta muy poco,
el fuego azul expira en acritud,
el fuego amarillo fenece de frío,
una a una caen las palabras de los libros,
algunas estrepitosas, solemnes, dignas,
otras se lanzan cobardes ante el enigma,
ora de angustia ora de desasosiego.

No hay nadie,
siglos de organdí,
aquél imperio un destello,
aquella gloria apenas un fonema,
sin sentido ni gesto.

La vida expira,
el abismo devora tiempo y verbo sin razón ni piedad;
último verso enloquecido
como vidrio lanzado al viento en violento estruendo,
el poeta en la náusea inmunda del último aliento,
el cielo en la angustia rotunda de la estridencia.

El abismo engulle Roma, Troya y Germania,
con todos los césares, guerreros y arios,
dejando a su paso
un solar enfebrecido de añoranza.

Ecos distantes:

"Cogito ergo sum",
"Eppur si muove",
"Gott ist tot",

Ecos disipados en torbellinos de nadas.

Y así el universo seguirá su senda,
vaciándose de sí mismo,
en el más trágico absurdo,
sin memoria que guarde la grandeza,
o recuerdo que preserve el dolor
del amigo, la palabra, el cielo,
el océano, la caricia, un beso,

Y cuando la nada encarne,
enlodada, repugnante de melancolía,
y el olvido consuma los ayeres,
cual diosa sin patria,
soberana en el señorío del Tártaro,
sin palacio ni bufón,
su aguda queja abigarrada
se escuchará como un réquiem
aciago y miserable,
en cada una de las horas,
en cada uno de los días,
de los años,
los siglos.

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