abril 06, 2013

El sin-sentido

Nunca supe si este mundo en realidad tuvo sentido, pero el camino me lo fue dando, aunque en muchas ocasiones el existencialismo de madrugada me hizo dudar, pero al rato volvía, o un extraño síndrome de cada mes me hizo repensarlo todo, pero pasaba el tiempo y quién sabe de dónde o cómo todo se volvía a unir, como con una especie de hilos mágicos. 

No creo que haya nada afuera, ni divina providencia, ni nada trascendente. Si realmente lo hubiera quizá existiríamos en otra forma que no fuera cuerpo, tal vez a manera de agua o tuviésemos alas.

No le veo nada de divinidad a excretar o a tener que introducir por un orificio llamado boca productos que nos den mantenimiento y energía, para luego deponerlo en un proceso sin fin. Aunque curiosamente estamos tan enfermos de querer creer en algo y aferrados a que un sentido exista, que hacemos de todos esos procesos un ritual, de tenedores pequeños y grandes para cada alimento, de burbujas y aromas, de casas con tejas que se alejen de la idea de la cueva, de ropas finas para cubrir la vergüenza que nos da sabernos tan animales y tan nimios. Quizá es en esos ritos que encontramos trascendencias, y nuestra forma de pasar los días sin que el monstruo del sin-sentido nos aplaste. 

El sentido es muy frágil, está unido con delicados hilos y una suficiente presión los pueden reventar, y en esa explosión salir volando restos de sangre, piel y toda seriedad que se le confiera a la vida humana.

La vida no tiene sentido, nosotros lo inventamos y eso está bien.

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