marzo 24, 2012

En escena con Pedro


Luis Buñuel rodaba el filme, Pedro Infante en toda su apostura y gallardía era mi compañero de proyecto; yo era una simple mujer entrada en años, alcanzaba ya los 60´s, mi cara lucía carcomida por el tiempo, mientras mi cuerpo parecía no envejecer.

Para obtener el protagónico tuve que colocar sobre mi rostro arrugado una máscara con piel joven y cantidades enormes de maquillaje. Era un placer histriónico compartir escenario con Pedrito, sus ojos reflejaban una sabiduría antigua, su manera de conducirse la experiencia de quien es arrastrado por la vida como queriendo no dejar de tener en sus jardines a un alma en flor, una natuleza de hombre que el tiempo no quiere perder y que por alguna razón la tragedia se dibuja en sus pasos en una lucha constante por ganárselo, por llevarse a ese pedacito de cielo que era Pedro.

Esa escena se rodaba en una biblioteca enorme, mansión que se prestaba para la mística del momento, llena de libros tan viejos que la polilla y el polvo databan fácilmente de hace un par de siglos.

Buñuel nos dirigía, regio, soberbio en cada una de sus tomas; ninguno de ellos sabía de mi vejez, en ese momento se filmaba el final y los efectos especiales dotaban de color a un mundo a blanco y negro; el final era como siempre impredecible, un final naturalmente Buñuel, en el que por alguna extraña rareza de su espíritu algo acababa mal o alguien terminaba bailando a go-go; en ese momento Pedro rompió en carcajadas, de esas que sólo él puede lograr, en donde se le sale el alma a cachitos de tanta dicha, yo reía con modales porque su risa me contagiaba y mi gracia de diva se caía a pedazos, ese corazón tan ameno me hizo ver que tengo que aceptarme tal cual soy y amarme en todo sentido, por lo que retomando la escena Pedro emitía sus líneas cuando me hizo la gran pregunta clímax del rodaje, a lo que yo respondí quitándome la máscara de un tirón y mostrándome vieja, con mi dulce papada y mis tiernas arrugas, con mis lunares solares, con mis historias entre líneas, a lo que Pedro sonrió con un dejo de ternura y me abrazó con calidez.

Buñuel sonrió y dijo "!por qué no!".
Y yo... me dejé arrastrar plácidamente en un mar de risas y ensueño.

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