La muerte es triste, sí, pero la extinción es sumamente trágica.
No soy ferviente amante de los animales, en muchos casos no me provocan nada y no me angustia ni me siento fría o insensible por ello; empero desde ayer que he estado investigando en torno a algunas especies extintas (en todo caso mayormente gracias a la mano humana) me siento avergonzada y afligida.
La vida y la muerte son parte de una dialéctica natural, en la historia se registran extinciones por diversos factores, pero el último par de siglos la avaricia y ambición con la que deliberadamente nosotros los humanos vivimos ha contribuido a borrar de la faz de la tierra y de la historia a un sin fin de especies animales que como todo ser vivo merecen su dignidad y respeto.
Por ejemplo, el bucardo era una cabra montesa del Pirineo, los cazadores lo buscaban por su extraña e impresionante cornamenta. Tristemente la última especie murió en enero del año 2000 cuando un árbol se desplomó y le aplastó el cráneo; pero con esa cabra no sólo murió una especie más, con el bucardo muere la vida, mueren miles de años de evolución, mueren cientos de casualidades, de accidentes históricos que tuvieron que acontecer para que aquel bucardo tuviera esa cornamenta, esos ojos, esa esencia tan suya con que dibujaba un planeta más completo.
Destino trágico es el humano, que acompaña y destruye todo lo que toca.
No soy ambientalista, no soy ecologista, no soy amante de los animales, como carne, no hago mucho por el planeta, pero esto sí me pega, me da vergüenza sentirme parte de una raza que es tan inferior en muchos sentidos a todas esas criaturas.
No somos más que una cucaracha, !y nos creemos tan bellos!, tan perfectos, tan "racionales", pero somos tan bestiales (en el sentido feo), tan inciviles, tan egoístas, tan salvajes, tan atroces, tan absurdos.