enero 17, 2012

!Me están siguiendo!


Ella salió de su trabajo, eran las 3 AM cuando cerraban aquel bar sucio y maloliente, a esas horas no había nadie alrededor, muy leve se percibía el canto de los grillos y de las pocas lámparas que alumbraban el camino, la mayoría estaban fundidas. Era un trabajo arriesgado pero digno, tenía que hacerlo aunque hubiera otras maneras de ganarse la vida.
Cuando salió de aquella cantina se encomendó a Dios y rezó un padre nuestro, pero a la segunda cuadra comenzó a sentirse extraña, como si alguien la siguiera. Apresuró el paso y se aventuró por las calles desiertas de aquella fría madrugada. Para llegar a la avenida que conducía a su morada tuvo que atravesar un estrecho pero largo callejón.
Sigilosa se introdujo en ese sucio callejón y tropezó con algo que parecía ser un cuerpo en descomposición, lo supo por el fétido olor ácido de la muerte; el corazón delataba un horror que ya no podía esconder, como aquellas ocasiones en que la adrenalina produce el efecto contrario y una calma espantosa puede ser lugar para la perdición en casos de peligro.
Se levantó y con lo poco que le dejaban ver sus gafas y una lámpara fundida que tintineaba de amarillo pateó el cuerpo, cuando de repente una decena de ratas emitió un ruido escalofriante y se dispersaron entre unos pies que no respondían, siguió caminando tratando de acelerar el paso y al voltear atrás pudo divisar que las ratas se deleitaban con un banquete gatuno.
Al doblar la esquina se detuvo por un momento a tomar aire, pensando que el ruido de las ratas la había distraído de aquel temor inicial, cuando por instinto volteó hacia el callejón y observó a escasos tres metros de distancia al sujeto que la venía siguiendo.
Como pudo tomó aire y comenzó la odisea, casi paralizada se concentró en mover las piernas con rapidez; los latidos del corazón sonaban secos, con una serenidad inusual, claramente podía escuchar ese tono macabro golpe a golpe, muy lento, a pesar de toda la adrenalina que el horror le pudiera provocar, aunque ella sudaba y corría con todas sus fuerzas.
Mientras tanto, aquel sujeto extraño la seguía a la misma velocidad, ya no lo ocultaba, su aspecto era de una rareza perturbadora, altísimo, de un caminar curioso, seguido se le veía riendo solo, de frente amplia, con un brillo y sudoración excesivos y un ligero estrabismo que se hacía más notorio cuando reía.
Al momento en que ella se acercaba a su pequeño refugio, ya lo había dejado un par de calles atrás; llegó, respiró más tranquila sabiéndose segura, se encerró con todo lo que pudo, apagó las luces y se quedó viendo desde el sofá hacia la ventana. En menos de lo que imaginó él estaba ahí, altísimo, pegado al cristal, con la mirada extraviada y emitiendo un chillido que al oído humano era difícil reconocer.
Ella se quedó petrificada y después de tensos minutos aquel hombre se fue, la joven se levantó en calma, salió de su casa, cerró la puerta con llave, la tiró y alcanzó a observarlo, apresuró el paso, su rostro desencajado dejaba ver que algo en su ser había cambiado, se acercó lo más que pudo, vigilante, a la expectativa, caminó atenta hasta que vio al sujeto a unos metros de la esquina; cuando pasó por ahí sacó un machete que escondía tras los contenedores de basura, se contoneó coqueta por un lado de aquel bulto descuartizado, sonrió levemente y siguió su camino, comenzó a correr desenfrenada persiguiéndole, riendo con una carcajada poco común; el hombre se había sentido observado desde hacía algunas calles, y a pesar de ello caminaba tranquilo, pero escuchó pasos y risas en aquel interminable callejón y comenzó a correr deteniéndose a respirar un instante, al doblar la esquina se atrevió a observar lo que había dejado atrás, ella estaba ahí, él emitió un grito ahogado y…
Al siguiente día la joven cruzó el mismo callejón rumbo a su trabajo y un olor extraño la hizo voltear, casi le parecía cotidiano observar de vez en cuando algún bulto ensangrentado a un costado de los contenedores de basura, ella caminaba silbando, con una mirada extraviada y un único pensamiento asfixiante, “padre nuestro que estás en los cielos…”. Mientras un chillido anómalo salía de su voz y una carcajada resonaba en aquel callejón.

1 comentario:

Hilda Alicia Sáenz Figueroa dijo...

Hola y felicidades Miriam. No cabe duda que en tí existe la escritora cuya imaginación yo deseara tener. Me parece que ya es hora de reunir tus historias y convertirías en libro. Enhorabuena nuevamente y sigue deleitando os con tus andanzas literarias.

Tu amigo y ahora Admirador
Luis Angel Sáenz