Oscilo entre la tristeza y la alegría; amo cumplir años; me dice muchas cosas, me dice que he crecido, que he aprendido para ser un mejor ser humano o he empeorado, pero forzosamente he cambiado y…sobretodo, he vivido.
Y oscilo entre estas dos emociones porque julio, mi mes, me pone la piel chinita. Un 4 de julio de hace nueve largos y difusos años un amigo al que amaba murió; murió Bily, mi amigo, mi viejo siempre infante, mi padre; un hombre que de tantas ganas de existir, el día de su réquiem nos dijo adiós misteriosamente, cuando la puerta de la carroza se abrió en pleno cortejo fúnebre; creo que era una despedida gritándonos cuánto amaba la vida; cuán asombroso que aun muerto me siguió enseñando y ese sentir lo encarno, lo vivo a diario, lo llevo en la sangre.
Pero también nací y lo celebro, porque he podido sentir lo que significa tener un padre, una madre y una familia. Y mi infancia se encuentra depositada en una cajita rosa que de vez en cuando abro y despide esencias de canela y café, de domingos con José Alfredo a todo volumen bajo los gritos estruendosos de Bily.
Y aquí sigo, viva, y me sorprende sentir que son tantos años que son gratis, gratis porque fui un accidente, porque no tenía por qué nacer ni estar aquí, respirando este presente; pero lo estoy quién sabe por qué chispa mágica y me alegra sobremanera, pues no tengo nada que exigir, si vivo 28, !qué caricia, qué maravilla!, si vivo 40, !cuán afortunada!, si vivo 104 !seré una reina!, una viejecita de cabellos azules y mohawk, con toda la autoridad moral para llamar chiquillos a los de 60 y decirles que cuán faltos de experiencia a su edad…, ¡qué gusto! me regocijaré haciendo desatinar a la gente, tan llena de vida en un cuerpo de pasita.
…y a mi casa vendrán las vecinas a tomar café, y me llamarán “Doña Miriam” y se correrá el rumor de que soy “la señora del café”, se oirá por todos lados la leyenda de que no se sabe qué ingrediente fantástico fusiona, pero los cafés de “Doña Miriam” saben a gloria; y seré la que haga mítines y huelgas en honor a la libertad de expresión y para que las cantinas se amanezcan.
Hoy brindo a mi salud, porque es un año más que he vivido y que vale por toda la eternidad que no viviré, y hoy me encuentro tejiendo pedazos de espacio y tiempo que son míos, porque los poseo en la medida en que me hago consciente de ellos y le sonrío coquetamente a la muerte dándole la mano y agradecida por tanto.
Y sé que a mis 104 seguiré amando la vida, teniendo deseos, sueños y esperanzas, y seguiré bailando salsa, comiendo Topitos y sonriéndole a la mosca que pasa, porque tengo un cuerpo que no es mío, tan prestado como mi consciencia, en los que estoy hospedada mientras me duren los cumpleaños, y por ello celebro, celebro nacer, crecer y morir.
Alguna vez pregunté a mis duendecillos y haditas qué palabra escogerían de todo el bello lenguaje para pronunciar a la hora de su partida, no lo había pensado bien, había dicho "Beatles", pero creo que sería “amando”.
Y oscilo entre estas dos emociones porque julio, mi mes, me pone la piel chinita. Un 4 de julio de hace nueve largos y difusos años un amigo al que amaba murió; murió Bily, mi amigo, mi viejo siempre infante, mi padre; un hombre que de tantas ganas de existir, el día de su réquiem nos dijo adiós misteriosamente, cuando la puerta de la carroza se abrió en pleno cortejo fúnebre; creo que era una despedida gritándonos cuánto amaba la vida; cuán asombroso que aun muerto me siguió enseñando y ese sentir lo encarno, lo vivo a diario, lo llevo en la sangre.
Pero también nací y lo celebro, porque he podido sentir lo que significa tener un padre, una madre y una familia. Y mi infancia se encuentra depositada en una cajita rosa que de vez en cuando abro y despide esencias de canela y café, de domingos con José Alfredo a todo volumen bajo los gritos estruendosos de Bily.
Y aquí sigo, viva, y me sorprende sentir que son tantos años que son gratis, gratis porque fui un accidente, porque no tenía por qué nacer ni estar aquí, respirando este presente; pero lo estoy quién sabe por qué chispa mágica y me alegra sobremanera, pues no tengo nada que exigir, si vivo 28, !qué caricia, qué maravilla!, si vivo 40, !cuán afortunada!, si vivo 104 !seré una reina!, una viejecita de cabellos azules y mohawk, con toda la autoridad moral para llamar chiquillos a los de 60 y decirles que cuán faltos de experiencia a su edad…, ¡qué gusto! me regocijaré haciendo desatinar a la gente, tan llena de vida en un cuerpo de pasita.
…y a mi casa vendrán las vecinas a tomar café, y me llamarán “Doña Miriam” y se correrá el rumor de que soy “la señora del café”, se oirá por todos lados la leyenda de que no se sabe qué ingrediente fantástico fusiona, pero los cafés de “Doña Miriam” saben a gloria; y seré la que haga mítines y huelgas en honor a la libertad de expresión y para que las cantinas se amanezcan.
Hoy brindo a mi salud, porque es un año más que he vivido y que vale por toda la eternidad que no viviré, y hoy me encuentro tejiendo pedazos de espacio y tiempo que son míos, porque los poseo en la medida en que me hago consciente de ellos y le sonrío coquetamente a la muerte dándole la mano y agradecida por tanto.
Y sé que a mis 104 seguiré amando la vida, teniendo deseos, sueños y esperanzas, y seguiré bailando salsa, comiendo Topitos y sonriéndole a la mosca que pasa, porque tengo un cuerpo que no es mío, tan prestado como mi consciencia, en los que estoy hospedada mientras me duren los cumpleaños, y por ello celebro, celebro nacer, crecer y morir.
Alguna vez pregunté a mis duendecillos y haditas qué palabra escogerían de todo el bello lenguaje para pronunciar a la hora de su partida, no lo había pensado bien, había dicho "Beatles", pero creo que sería “amando”.
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