enero 20, 2010

Frente serena


Señor de antaño y suspiro lento,
tu rostro oculta la paz que no conoce este mundo,
como si en esa sien llana cantase el pájaro quieto
una melodía de despedida al invierno taciturno.

O danzase al gemido del viento
un tango de Gardel en el desierto.

Frente serena ante una urbe hostil,
lisa y amplia, de paz inquebrantable, de marfil.
Serenidad que se desliza lentamente,
escabulléndose entre el mar sinuoso de la muerte.

Frente serena que la arena del tiempo no acaricia,
porque tu vejez impávida la llevas dentro
y es que la vejez es morir a destiempo,
de la anacronía del tic tac de la tiricia.

Frente serena bañada de montaña, de rocío, de madrugada;
el lamento mudo de los valles vaga libre por el yermo,
y el claro de luna es testigo ciego y alegre de tu calma,
mientras la insondable noche resbala en el peñón silente del abismo.

!Llueve! montañés de piel de roca,
frente serena ríe y llora,
y su sangre se trastoca, toca y convoca
a unirse al sereno plúmbeo del ocaso,
entonando al fuego que fusiona
unas coplas al ritmo de dos copas
cuando dos viajeros andantes se apasionan
al fervor de la lluvia de marzo.

enero 12, 2010

No me resigno a mis muertos


Dicen que lo que se puede racionalizar y asimilar, entonces es posible de olvidar.
La falta de comprensión implica no poder organizar las ideas ante un suceso.
Todavía no comprendo la muerte ni quiero ni deseo comprenderla, me rehúso a hacerlo porque comprenderla implicaría aceptarla y sentir resignación.

!No me resigno!, no me resigno a tu partida, jamás lo haré porque mi cabeza no puede racionalizar que una persona tan hermosa haya desaparecido de la faz de la tierra por siempre, no quiero ni pretendo olvidarte.

¿Acaso no es cruel que todo un día en la tierra no haya nadie que te piense?
¿No es tristísimo que nadie se acuerde de tu olor, de tu llegada en aquellas tardes de invierno, de tu risa?, o de esos domingos de José Alfredo y ponche de café.

¡Cuánto anhelabas vivir!, ¿escucharías acaso mis promesas aquella noche gélida de hospital en la que me esperabas sólo a mi para irte siquiera más tranquilo?, que mano tan fría, que extraños tus ojos ya vacíos, cuál sería tu último pensamiento.

¡No!, no te olvido porque no es justo, y me duele que a veces se me olvide sentir lo que se siente saber que existe un padre, envidio y suspiro por un abrazo de esos.

Y me da rabia sentir que por mi boca jamás se volverá a emitir la palabra –padre-, que su calidez me esté vetada por siempre, ahora estoy incompleta.

Y me disculpo por expresarme y ensuciar con estúpida prosa aquello que es inefable…

enero 03, 2010

A palín


Te vi pequeño y te adopté, eras grotesco en tu abandono pero así te acogí en mis brazos, te acompañé en tu crecimiento y a diario te daba de beber; me complacía al mirar esa piel salada que al tocarla se volvía de una aspereza dulce.

Pasaba el tiempo y yo te alimentaba de amor y cariño a pesar de la cautela y el sigilo que guardabas con todo aquello ajeno de ti y que observabas como leve amenaza; te envolví en el calor más absoluto aun cuando algunas veces me hiciste sangrar y llorar en tu sacra inocencia.

Llegó el momento en que ya no cabías en tu pequeña casa y aunque me dolió verte partir tuve que dejarte ir. Te mostré el mundo y en un último abrazo te solté de mi mano para que crecieras, al principio parecía que morías; ¿extrañabas acaso el calor del hogar en el que te acogí?, ¿echabas de menos mis pequeñas y disparatadas charlas?...

Creciste caóticamente y en esa locura que esbozaba tu sombra emanaba una belleza etérea que salpicaba mis días de alegrías.

Ahora el mundo estaba a tus pies, ahora te estirabas a la vida y tus mejillas volvían a rebosar de un rosa tierno. Me resigné a tu partida y a saber y creer que afuera estarías mejor, que harías amigos y tostarías tu piel al calor del sol abrasante de esta tierra cálida; por las mañanas salía a contemplar tu galanura enamorada y en las tardes de ventiscas arenosas tu cuerpo danzaba gracioso al compás de los acordes tristes de un desierto que se sabe seco y que sucumbe a la melancolía de esos atardeceres pintados de un azul-púrpura.

Y en una de esas contemplaciones en las que quería resolver los enigmas del universo en una espina, en las que la fragancia de tu piel me envolvía perdiéndome en los misterios del por qué, le dimos la bienvenida al invierno con aroma de café.

Y te miraba deslumbrada cuando el frío rocío se confundía con tus lágrimas verdes de olor a salvia…

Y me saludabas fresco haciéndole una reverencia a la quietud del alba…

Y me daba cuenta que me sonreías enigmáticamente; te admiraba… tú lo sabías y flirteabas con esa gracia y ese garbo con que el invierno te vistió.

Hoy sigo contemplándote en secreto porque sé del pudor que alimenta tu tibia desnudez, y sé que a pesar de que el mundo ahora es tuyo me sigues queriendo a tu manera, lo sé porque de vez en cuando mis caricias provocan tu infantil vanidad y unas gotas de rojo escarlata se confunden con el soberano verde de tu clorofila, ...lo sé porque los años han pasado y sigues fiel a mi en cada tarde que se viste de gris.