Lo vi morir, fue algo irreparable, todo estaba bien dos segundos antes, pero un ataque de locura lo hizo disparar y fue contraatacado, todavía recuerdo esa imagen lenta, agónica, burlona, de unas balas que cambiarían nuestros destinos para siempre.
Cuando ya no hay vuelta atrás, cuando de súbito nos es arrebatado un amor y en el absurdo llamado tiempo un segundo antes era, y un segundo después jamás será, se siente la pesada loza de un presente vuelto pasado en un instante. Un instante jamás comprendido, antinomia de la muerte y de la vida.
Cuerpo inerte, de sangre ahogado, cuerpo que se lleva mis recuerdos…, yo me quedo con los suyos. Lo vi morir y todavía recuerdo ese dolor innombrable, una agonía inefable que llevo a cuestas. Las lágrimas parecían absurdas ante tal suceso, no pude llorar, mi vista se perdió entre la gente, el dolor me carcomió por dentro…y por fuera, sólo un grito ahogado me acompañó en ese amargo pesar.
Y que no me digan que la vida sigue, que no me den dos palmaditas en la espalda haciéndome creer que no estoy sola cuando siento que ya no tengo ojos, se han secado; ya no tengo lengua, me la he tragado; ya no tengo oídos, renuncio a ellos; ya no tengo olfato, todo se ha vuelto de un café-gris y de un olor nauseabundo que no merece la pena sentir.
Quién en veinte siglos o más que tiene la especie humana deambulando por esta tierra reunirá lo que te conformaba, cada detalle, cada broma, cada travesura infantil, cada beso.
Perder a un ser amado por la estúpida violencia merece mi desprecio y hace que me de asco la especie humana. A veces me avergüenzo de ser terrestre.
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