El señor tiempo dormía por siglos.
Soñaba que soñaba que soñaba.
Y cuando despertaba de su soñar que soñaba, se volvía a echar una siesta para descansar de tanto soñar.
A veces, cada 22 siglos, se estiraba y salía de su conchita a ver cómo iban sus asuntos de importancia.
Se daba cuenta que un mundo nuevo de especies eran sus contemporáneos y se sentaba a la orilla de por ahí a observarles danzar, luego hacía reverencia a la débil luz que se asomaba para ir a solar otra vez.
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