Un ligero polvo se evade de mi, me abandona, me hace etérea y mis pies comienzan a bailar sin el lastre de la gravedad, floto, me fundo con el viento, el aire insufla mis pulmones de un líquido frío que me toca desde dentro, y me estremezco, porque descubro de nuevo que estoy viva, y soy capaz de almacenar recuerdos como aquella tarde amarilla de domingo, en que mi madre planchaba y por entre las cortinas se colaba el destello que me haría tejer esta memoria, y puntada a puntada sentir los cientos de futuros posibles sobre el camino, todos ellos bajo el abrazo tierno de mi madre y un mundo rosa que ella pintó para mí.
Y cada futuro contenía recuerdos hermosos que habría creado, y me los imaginaba, !tiempo lento que nos recorre cuando se es niña! noches repletas de sueños por vivir, mañanas que guardan sorpresas, porque todo era nuevo... y lo seguirá siendo, pues la vida avanza, y en ese futuro me he encontrado con la nueva poesía, con el reciente teporingo, con la sorpresa del ser gitano que ya había nacido conmigo y que hoy ha despertado y me ha constituido otra forma de caminar.
Mis zapatos crean historias, deciden por mí y yo me dejo llevar, desean caminar otros mundos, ver otras lunas, andar otras noches, saborear la sal de otros mares, comer otro maíz que no sea el nuestro, escuchar palpitar en la cercanía con otros corazones y ver a los ojos a esos otros rostros, empaparme de su humanidad bonita, como si cada uno fuera una especie única a punto de extinguirse, y es que en cada muerte se revienta la historia, hundiendo consigo los zapatos, las velas, los sabores, el mundo caminado y esos ojos testigos que marcados por los pasos dados edificaban una especie única.
!Oh caótica y dulce humanidad! !Cuánto te extraño y aún no he partido!
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