Llegué, vi tu casa vacía y con la puerta abierta, tenía años que no iba porque no me hacía sentido ese lugar sin ti; ese día quise entrar, oler, ver, saber que alguna vez fuiste, que por muchos años tuve tu sonrisa y tus bromas, tus abrazos llenos de un amor que nunca volveré a tener, de ese que te saca la alegría de lo más recóndito, un amor que era nada más para mí.
Como siempre, esta imaginación utópica e infantil me hizo caminar silente, despacio, paso a paso, con la esperanza de que estuvieras ahí, tomando café, esperando tantas cosas de la vida a tus 85, esperándome a mí siempre que iba, por fin llegué a esa puerta abierta, todo estaba en orden, limpio, te vi y grité: !Abuelooooooooooooooooooooooooo!, corriste a abrazarme y me dijiste: "!Mijaaaaaaa, ¿cuándo llegaste?!", !y yo que pensaba que habías muerto!, pero esto no podía ser una alucinación, lo sentí de verdad, te abracé consciente de que no quería otro momento en mi vida más que ese abrazo, y que el resto del universo desapareciera, pero no ese abrazo, morir con la conciencia de que tú estabas ahí, conmigo.
Después me despedí, sabiendo de antemano que esa escena era un regalo de la vida, pero me traje muchas cosas, me traje el alma pintada de tu risa, la chispa de tus ojos que me guían, el amor incomparable que siempre me diste, me lo traigo a esta vida que no es un sueño, ni ese abrazo, ni tus historias, !te extraño mucho abuelo!, fuiste mi padre y mi amigo. Te amo donde estés y estás conmigo.