octubre 04, 2005

Corría el año del 82'

I
Corría el año del 82’…, no era un verano cualquiera, la piel de la ciudad lucía extremadamente seca. Hacía un calor pegajoso que orillaba a terminar en un bar en cualquier día de la semana; extrañamente en ese momento las hojas caían tristes, expirando su verdor en un café seco, casi grisáceo. El cambio climático se dejaba ver y se sentía en el ambiente provocando una pesadez inherente a todo el que respirara ese oxígeno sediento de hidrógeno, pero aun así él tenía que salir obligado de su lecho tibio a enfrentarse con la vida, a tener esa voluntad férrea que no lo hacía más valioso por tenerla, sino que el estómago se lo ordenaba; no era heroísmo ni virtud, acaso un fuerte deseo de liberarse de las necesidades fisiológicas que tanto le aquejaban, él no disfrutaba el platillo de comida, lo engullía para saciar el terrible dolor de la gastritis que le provocaban las malpasadas.
Él sabía que el fin de semana no tendría inicio, ya que nunca los tenía y en su vida no había ciclos, todo era una lineal monotonía de trabajo constante para mantener su estómago y el de su familia.
Se olía el cansancio en sus ropas, se intuía el agotamiento de su mente presionando un mismo botón hasta altas horas de la noche.

II
La gente caminaba abstraída en las calles del centro de la ciudad, con la rapidez del estrés que destruye, robotizados por la cotidianidad del trabajar constante para no vivir del todo, con la presión cargada sobre sus espaldas en una cuesta interminable.
Esa rapidez no era natural, la gente realmente no tenía nada que hacer en sus vidas vacías, no había motivo para correr y ellos le querían ganar al tiempo para nada, quizá deseaban olvidarse de la luz diurna para ahogarse de oscuridad, de noche y de sueños.
¿Porqué apurarse entonces para llegar?, ya sea a una casa desolada, con el eco vacuo en cada esquina, o a una casa llena de gente y peleas. No obstante ellos corrían casi atropellándose entre sí para ganar el taxi y huir de la ciudad, desertar del híbrido monstruoso urbano que no ofrece otra cosa que violencia, atracos, smog, drogas, ruido de carros que atorados en el tráfico aumentan el aburrimiento, la frustración y la violencia.

III
Gelasio era un muchacho delgado y muy interesado en la literatura, siendo rebelde desde pequeño no debido a su carácter, sino a los golpes que le dio la vida, pues fue abusado sexualmente cuando niño y golpeado a extremos indecibles.
Lo llegaron a expulsar de varias escuelas hasta que decidió no continuar; sin embargo no necesitaba de la Institución ya que él podía enfrentarse a los libros y comprenderlos de manera astuta y sagaz, pero todo ese pesar que corría por sus venas y le robaba el aliento reprimiéndolo, lo fue acorralando en el pesado camino del sin sentido y la desgracia.

IV
Ese día Gelasio se levantó cansado como siempre, por haber ingerido alcohol a cantidades industriales una noche anterior, tan sólo para olvidar y dejar de sentir el peso del mundo encima y reír como un tarado o llorar desesperado; esas noches de alcohol se fueron prolongando primero como un juego, luego como un escape a su sentir confundido. Llegó a tener alguna que otra novia por presión social pero nunca estuvo conforme, las tenía por aburrimiento y siempre jugaba con ellas.
Un día de borrachera se acostó con la novia en turno y quedó embarazada, ese fue el principio del fin, el parteaguas de su existencia, el segundo en el que se gestó una vida y se apago su vela.

V
En ese año fue empeorando su alcoholismo, llegando el punto en que perdió el conocimiento y se cayó de boca quebrándose los dientes, su vida se fue desmoronando pedazo a pedazo con el ligero presentir de que estaba marcado por la tragedia.
Se refugiaba en los libros de Wilhelm Nietzsche y de Pessoa, la literatura era su vida y también lo que lo condujo a la…


VI
Una noche de las que parece que el universo y la causalidad arguyen secretamente el plan del infortunio, llegó borracho como siempre y tuvo una fuerte discusión con la novia en curso, la cual ya vivía con él por estar embarazada; ella le gritó reprochándole que cuáles eran esas horas de llegar, él con la presión de la monotonía de un trabajo que lo robotizaba y con el dolor de haber perdido sus dientes en una caída tan estúpida lo traían con el ánimo por los suelos, ella siguió gritando hasta que él le dio un golpetazo en la barriga y se cayó desmayada. Después de un largo silencio él trató de ayudarla, pero intervino su suegra y se armó tremendo pleitazo.
A ella la llevaron al hospital, ya que le faltaban dos semanas para que naciera la niña y él estuvo pensando toda la noche, muy arrepentido en lo que había hecho, meditó largas horas su estancia por este espacio y se dio cuenta que para él no valía la pena respirar, sentía que el infierno lo quemaba tan sólo al abrir los ojos cada amanecer.

VII
Esa mañana nublada del 4 de julio se despertó como un sonámbulo, aun bajo los efectos del alcohol-depresión, nunca se le había visto con tanta determinación, resuelto en una decisión meditada en esa noche perversa; lloró de la manera más consciente que pueda haber y odió haber nacido, desdeñó cada momento inútil en su vida cayendo en la más terrible depresión.
Con la ceguera corporal pero certeza y convicción mental se levantó muy temprano, sintiendo el estremecimiento de otro terrible día y buscó por la casa algún objeto que le ayudara a cumplir su cometido. Se fue al patio y tomó una cuerda que lo esperaba desde hace mucho, en la que cada hilo fue entretejido para soportar su delgado cuello. Después de unos segundos de temblar, de mascullar la decisión en murmullos para sí, se escuchó decir con un dejo de desaliento: “Gelasio, Gelasio, Gelasio”, quiso encontrar por última vez un sentido a ese nombre que enclaustraba en una premura onírica sus cortos 21 años.
Escuchó su voz diciendo su nombre y en su mente sólo aparecían signos ajenos, s, i, a, o, g, l, e, pero no le daban un significado.
Enseguida amarró la soga a las escaleras de su casa en forma de horca y se la puso sobre el cuello, a sabiendas del dolor y de lo que vendría: la maravillosa nada, la calma y paz del no sentir, de la inconciencia total y el dejar el suplicio que es la vida; se encaramó a la escalera más alta y se dejó caer, tuvo la opción de subir los pies a la escalera pero no lo hizo, su deseo de desaparecer fue más fuerte que el instinto de supervivencia y esos breves segundos de certeza en los que pudo haberse retractado, los dejó ir muy lejos y se perdió entre la nada, pues ni purgatorio, ni infierno, ni cielo, simplemente como un triste Lemming sintió que estaba de más en esta tierra y prefirió la muerte.

Incluso cuando no llegó a conocer a la pequeña que gestaría… aún en su paroxismo la bendijo, y esa tranquilidad de este ser valiente que no salió por la puerta falsa, sino por la puerta que escogió libremente nadie se la quita. Se disolvió en el silencio.

VIII
La mayoría de los velorios son tristes, pero ese en especial hizo miserable la vida de mucha gente, algunas personas no comprenden el porqué del suicidio y solamente juzgan de cobardes a quien lo comete, pero quizá lo dicen porque no se han visto en la misma situación que Gelasio, ese chico embadurnado de existencialismos, de tantos ismos que le atormentaban su alma sensible, él fue incapaz de soportar una vida así de real, tan impregnada de la más vulgar de las acciones, de la celda que para él representaba respirar. No lo comprendemos y quizá no lo entenderemos nunca, pero a todos nos pudiera pasar y aun cuando moralmente se diga “no, nunca lo haría porque no quisiera dañar a mis familiares”, estoy segura de que estando en una situación límite aun el más cobarde de los cristianos se aventaría al barranco del suicidio.

Hoy su bella nena tiene sus ojos, ojos tristes también, mirada que nunca llegará a ver a quien la procreó y sentirá ocultamente el secreto de familia que aun sin ser dicho lo trae muy hondo en los genes, en su sentir de bebé que huele y siente todo.
Ella ha crecido y sabe de este hecho y le duele, y entre sueños ve una soga en forma de horca amarrada a un árbol, no le deja de atormentar la amargura y vacío que su mamá le hace ver, pues la aflicción sucumbió con lo poco que quedó de ella y su sentimiento de culpa ante los hechos.

Una noche cualquiera, de esas en que la lluvia deshace las calles, los puentes y las almas, la niña Caralampia se levantó cual sonámbula y como si todavía existiera el cordón umbilical de la desgracia ella prefirió perseguir sus sueños y seguir el patrón de su destino…bang.

Hoy la vida pasa ante los ojos del mundo sin problema, el universo nunca se centró en el punto insignificante de los problemas de Gelasio y Caralampia, el padre y su niña yacen tranquilos en una tumba de la Ciudad de Tecate y las plantas ya han echado raíz, los árboles crecen sobre esa tierra, árboles frutales, de sombras frescas, árboles amigos que permiten acercárseles y escribir en ellos, en un árbol yace una inscripción: “Gelasio y Caralampia dos seres en el olvido natural de la energía que se transforma, convertidos en árboles de un universo mutante y peculiarmente accidentado, el cual pudiera desatar el caos y deshacer de una vez por todas la lineal y egocéntrica razón humana”

R.I.P. S. S. G.

No hay comentarios.: