abril 06, 2022

Titanic y su carga de palomitas de maíz

Mi primer acercamiento con la muerte fue cuando tenía aproximadamente 7 a 8 años. Recuerdo que mi padre me contó sobre la terrible tragedia del Titanic, y al final, cuando le dije: "¿ah, ok, pero entonces, fueron por todas las personas y las ayudaron?, mi padre me dijo: "No, más de mil murió ahogado". Y lloré y lloré con un sufrir que se guardó en mi alma de niña.

Heme aquí resignificando el recuerdo:

El Titanic fue un viejo barco carguero de palomitas de maíz que iba y venía de polo a polo. Se creía el "muy-muy" porque era grandote y fuerte; también era bello el condenado, pero..., ¿saben qué?, era distraído como una hormiga que se separa de su flotilla para perseguir una paleta. Nada más veía aventura y cambiaba el rumbo.

El Titanic no seguía órdenes, nunca aprendió las reglas básicas marítimas. En una ocasión quiso probar sus propios límites y como todo joven intrépido ¡no fue a dar contra aquel iceberg, el muy socarrón!, que para probar sus músculos.

Al hundirse, el Titanic regó palomitas de maíz por todos lados, así, infladitas. Las pobres palomitas de tan asustadas, revertían su pancita y se volvían de nuevo maíz duro. Unas se quedaban en el barco cantando y tocando dixieland, otras saltaban para salvarse de la hecatombe, pero al tocar lo frío del mar, se cubrían de hielo y se hundían hasta tocar el silencio absoluto. Hoy son las perlas más cotizadas y extrañas. A esos hielos-palomita nunca se les quitó el gélido brillo de aquellos inviernos de 1912.

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