despierta a otros equinoccios,
mujer del reloj de rotas manecillas,
¿sabrá quién fue?,
¿la certeza que nos dio?
Hombros,
gitanerías
en pies siempre descalzos,
ya no hay hombros,
pero queda el decibel de su voz
de filósofa maga
que sabía jugar,
que entendía
de ese
deber
profundo
de jugar,
a jugar, jugar a jugar a jugar.
A veces hay tristeza
y dejo caer la quijada,
cierro un poco los ojos,
frunzo el ceño y
camino sin escuchar
ni ver nada,
camino soñando otros mundos,
camino flotando
y en dimensión gelatinosa
me la encuentro
con un abrazo de la frialdad
previa al Big Bang.
Ella tiene frío que va más allá del cuerpo,
más allá del cuerpo ella tiene frío;
en capas de epidermis desaparece,
exhala y vuelve a aparecer.
Se da cuenta que pudo
haber muerto con ropa,
sin revelar la sustancia desnuda,
sin abrir los ojos jamás,
p-e-r-o
se fue ligera
como una llama que se apaga
como una ola que eclosiona
y arrasa con el altar
en una última danza.