Lanzarme en paracaídas ha sido una de las experiencias de vida más absolutas e intensas que he vivido.
Estar ahí fue paz total, un salto al vacío despojándome de miedos, un salto de fe que sacudió mis certezas y también mis entrañas.
Firmar "riesgo de muerte" marcó un antes y un después para la vida. No sólo fue un salto de libertad, sino de dejarme caer, permitirme volar y saberme una llama que se apaga, una nada que se consume en sí misma.
Jamás seré un ave, pero juro que hoy me siento más ligera, y en mi espalda han brotado dos pequeñas plumas transparentes y etéreas.
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