
Las ciudades,
cánticos vedados de claxon,
antiutopía del ruido,
rostros desfigurados,
tristeza,
pasos anónimos,
soledad.
La no quietud tiene nombre,
guerra del prójimo,
cruz de los hombres
hostilidad, monstruo cotidiano;
indiferencia, rostro urbano.
Las ciudades,
receptáculo del olvido;
las calles,
venas ensangrentadas del camino.
Y entre ese siniestro sinsabor cotidiano,
se asoma la noche,
con su apacible melancolía,
envuelta en amargos tragos de café,
ausente de luna, en su total lobreguez.
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