Mi padre regaba la calle para que no se levantara polvo, en un ritual de agua meditaba y pensaba en quiensabequé cada que las gotas en cascada brotaban para volver más fresca una tarde amarilla de cualquier viernes de cualquier año de la década de los noventa.
Yo, descalza y pensando en el paraíso que emanaba de esa manguera, brincaba y saltaba para refrescarme mientras mi padre reía.
Tengo la certeza de que, al regar, él pensaba que no le pudo tocar una mejor vida.
Un 4 de julio del 2001 se cerró la manguera para siempre.
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