Mi pequeña Miri,
Yo te abrazo, y abrazo contigo toda esa innecesaria vergüenza que sentiste, porque en tu soledad no sabías dónde meterte, así como no sabías dónde esconder tus toallas ensangrentadas escondidas bajo la cama como si fuera un delito.
Yo te abrazo en esa inocencia y te digo que hoy todo está bien, porque tienes el lenguaje para nombrar lo que debe ser nombrado, entonces, ¡mi amora!, si algo te duele, no se te atora como fango pegajoso entre los pliegues de tu entraña, sino que puedes transitar en esos puentes colgantes y correr y gritar y encontrarte con amigas al otro lado del camino.
¡Tranquila!, tú puedes con toda la pesadumbre, porque tienes en tus manos el mortero para pulverizarla.
Recuerda, ser mujer ha sido una invención curiosa de la que antes renegabas, pero hoy, sabes que hoy te ha dado la más profunda sensibilidad ante el recogimiento en el que el corazón se ensancha por todo lo alto y por todo lo bajo, donde el sentimiento más puro se vuelve carne, en absoluta rendición.
Mi pequeña Miri, hoy tienes las palabras y la fuerza para llorar sin miedo, para amar con un cuerpo de mujer que sabe, acepta y valora la palabra corazón, porque hoy ya significa, porque hoy está vibrante de emoción, y la razón ha perdido el sentido para ser un cuerpo-corazón que en su ligereza despliega alas que sí vuelan, y, sin duda alguna, hoy eres capaz de amar.
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