¡Ay de ti!, que ante la historia de imperios fenecidos, de pérdidas y caos, donde la convulsa especie humana nunca supo qué hacer, y por fin, después de un desenlace tan trágico como cómico, como en una epifanía, se dio cuenta de algo, y no era un mito, no era un cuento, era un destino.
Entonces los economistas renunciaron a sus tristes saberes, los reyes fundieron sus coronas y los emperadores pisotearon sus laureles.
Y fue así que, de entre todas las preguntas filosóficas y ontológicas e incluso matemáticas, una sobresalió:
"¿a quién amo?"...
entonces de nuevo el mundo retomó su cauce.
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